La chica tenía los ojos amarillos.
Las manos pequeñas.
Los pies tatuados.
Y no le gustaba quitarse el sostén.
Tenía algo increíble en su interior.
Un talento de la hostia.
De acuerdo, estaba loca.
Pero aquel nimio detalle
potenciaba su encanto
hasta la bóveda celeste.