Serpenteo camino del trabajo. Los champiñones me supuran en el gaznate. Y una astilla me apuñala el dedo gordo del pie derecho.
Veo contenedores reducidos a cenizas. Coches con los cristales rotos. Dos yonkis arrastrando un carrito de la compra. Ortigas cubriendo las grietas de la acera.
Un parroquiano borracho canturrea a la sombra, junto a la puerta de su bar. Las trompetas resuenan por toda Herrera Oria. Y en ella se halló la sangre de los profetas y de los santos, y de todos los que han sido muertos en la tierra.
El que tiene oído, oiga. El que tiene ojos o manos, lea. El que tiene necesidad, descargue. El que bese, ame (un poquito al menos).
Cada uno ve lo que quiere, puede o le consienten. Por aquí abajo, yo no veo a nadie que vaya a trascender.
El jefe jefazo tiene cara de mala hostia. Lleva el pelo de oreja a oreja, como lamido por un choto. Camisa azul, por dentro del pantalón, como sujeción para su barriga colgandera.
Te dicen que abras un blog. Que pienses en el lector medio. Que te asocies con una editorial online. Que compres el servicio de maquetación y de diseño de cubierta. Que spamees a tus contactos del Facebook. Que se lo cuentes al vecino.
La chusta humea a pocos metros, junto a la mierda fresca de un perro-patada. A. debe de estar al caer. Nos recogerá en un C4 rojo con corazones pintados en los empañados cristales. Ya habrá dejado a su satisfecha novia en casa. (Más me vale).