Introducción a las fábulas para animales, de Angel González | Poema

    Poema en español
    Introducción a las fábulas para animales

    Durante muchos siglos 
    la costumbre fue ésta: 
    aleccionar al hombre con historias 
    a cargo de animales de voz docta, 
    de solemne ademán o astutas tretas, 
    tercos en la maldad y en la codicia 
    o necios como el ser al que glosaban. 
    La humanidad les debe 
    parte de su virtud y su sapiencia 
    a asnos y leones, ratas, cuervos, 
    zorros, osos, cigarras y otros bichos 
    que sirvieron de ejemplo y moraleja, 
    de estímulo también y de escarmiento 
    en las ajenas testas animales, 
    al imaginativo y sutil griego, 
    al severo romano, al refinado 
    europeo, 
    al hombre occidental, sin ir más lejos. 
    Hoy quiero –y perdonad la petulancia– 
    compensar tantos bienes recibidos 
    del gremio irracional 
    describiendo algún hecho sintomático, 
    algún matiz de la conducta humana 
    que acaso pueda ser educativo 
    para las aves y para los peces, 
    para los celentéreos y mamíferos, 
    dirigido lo mismo a las amebas 
    más simples 
    como a cualquier especie vertebrada. 
    Ya nuestra sociedad está madura, 
    ya el hombre dejó atrás la adolescencia 
    y en su vejez occidental bien puede 
    servir de ejemplo al perro 
    para que el perro sea 
    más perro, 
    y el zorro más traidor, 
    y el león más feroz y sanguinario, 
    y el asno como dicen que es el asno, 
    y el buey más inhibido y menos toro. 
    A toda bestia que pretenda 
    perfeccionarse como tal 
                –ya sea 
    con fines belicistas o pacíficos, 
    con miras financieras o teológicas, 
    o por amor al arte simplemente– 
    no cesaré de darle este consejo: 
    que observe al homo sapiens, y que aprenda.

    Ángel González, uno de los más destacados representantes de la llamada generación del medio siglo, ha publicado los siguientes libros de poemas: Áspero mundo (1956), Sin esperanza, con convencimiento (1961), Grado elemental (Premio Antonio Machado, 1962), Palabra sobre palabra (1965), Tratado de urbanismo (1967 y 1976), Breves acotaciones para una biografía (1971), Procedimientos narrativos (1972), Muestra de algunos procedimientos narrativos y de las actitudes sentimentales que habitualmente comportan (1976, segunda edición aumentada y corregida, 1977), «Harsh World» and Other Poems (edición bilingüe, 1977), Prosemas o menos (1985), Deixis en fantasma (1992) y Otoños y otras luces (2001). Se le deben asimismo los libros ensayísticos Juan Ramón Jiménez (1973), El grupo poético de 1927 (1976), Gabriel Celaya (1977) y Antonio Machado (1979). En 1985 obtuvo el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, y en 1996 el Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana. En este mismo año fue elegido miembro de la Real Academia Española, y tomó posesión al año siguiente. En 1968 apareció por primera vez en un solo volumen, bajo el título de Palabra sobre palabra, toda la poesía publicada hasta entonces por Ángel González, actualizada en posteriores ediciones (1972, 1977 y 2003).

    • La lágrima fue dicha. 

      Olvidemos 
      el llanto 
      y empecemos de nuevo, 
      con paciencia, 
      observando las cosas 
      hasta hallar la menuda diferencia 
      que las separa 
      de su entidad de ayer 
      y que define 
      el transcurso del tiempo y su eficacia. 

    • Ayer fue miércoles toda la mañana. 
      Por la tarde cambió: 
      se puso casi lunes, 
      la tristeza invadió los corazones 
      y hubo un claro 
      movimiento de pánico hacia los 
      tranvías 
      que llevan los bañistas hasta el río. 

    • Domingo, flor de luz, casi increíble 
      día. Bajas sobre la tierra 
      como un ángel inútil y dorado. 
      Besas 
      a las muchachas 
      de turbia cabellera, 
      vistes de azul marino 
      a los hombres que te aman, y dejas 
      en las manos del niño 
      un aro de madera 

    • Hace miles de años, 
      alguien, 
      un esclavo quizá, 
      descansando a la sombra de los árboles, 
      furtivamente, 
      en un lugar aislado 
      del fértil territorio 
      conquistado por su dueño el guerrero, 
      al contemplar los campos 
      regados por el río