Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios por una montaña negra, siguiendo su huella, mientras una voz incansable acosaba a la mujer: -No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Hacia las torres rojas de tu Sodoma nativa, al patio donde una vez cantaste, al pabellón para hilar, a las ventanas de la enorme casa donde la descendencia santificó tu lecho conyugal.
Una sola mirada: súbita punzada de dolor en sus ojos, antes de poder emitir cualquier sonido. Su cuerpo se derritió en sal transparente y sus ligeras piernas se clavaron en la tierra.
¿Quién penará por esta mujer? ¿No le resulta de sobra insignificante a nuestra incumbencia? Incluso así, nunca la negaré en mi corazón, ella que murió porque eligió volverse.
Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios por una montaña negra, siguiendo su huella, mientras una voz incansable acosaba a la mujer: -No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Es pura tontería que vivo entristecida Y que estoy por el recuerdo torturada. No soy yo asidua invitada en su guarida Y allí me siento trastornada. Cuando con el farol al sótano desciendo, Me parece que de nuevo un sordo hundimiento