No sabemos cómo decirnos adiós: erramos por ahí, hombro con hombro. Ya el sol está bajando, vas taciturno, soy tu sombra.
Entremos en una iglesia a ver bautizos, matrimonios, misas de difuntos. ¿Por qué somos diferentes del resto? Afuera otra vez, cada quien vuelve la cabeza.
O sentémonos en el cementerio, sobre la nieve pisoteada, suspirando el uno por el otro. Esa vara en tu mano está dibujando mansiones donde estaremos siempre juntos.
Y el hombre justo acompañó al luminoso agente de Dios por una montaña negra, siguiendo su huella, mientras una voz incansable acosaba a la mujer: -No es demasiado tarde, aun puedes mirar hacia atrás.
Es pura tontería que vivo entristecida Y que estoy por el recuerdo torturada. No soy yo asidua invitada en su guarida Y allí me siento trastornada. Cuando con el farol al sótano desciendo, Me parece que de nuevo un sordo hundimiento