Caminaba el Conde Olinos la mañana de San Juan, por dar agua a su caballo en las orillas del mar. Mientras su caballo bebe él se ponía a cantar: -Bebe, bebe, mi caballo, Dios te me libre de mal, Dios te libre en todo tiempo de las furias de ese mar. Las aves que iban volando se paraban a escuchar porque les gustaba mucho aquel tan dulce cantar. La reina que lo escuchaba a su hija fue a buscar: -Oye, hija, cómo canta la sirena de la mar. -No es la sirenita, madre, la que dice ese cantar. Es la voz del Conde Olinos que por mí penando va. -Pues si es el Conde Olinos yo lo mandaré a matar. ¡Vengan pronto, mis soldados, al Conde Olinos matad! Él murió a la madrugada, ella, a los gallos cantar. A los dos los enterraron en medio de un platanal. Dos arbolitos crecieron en aquel mismo lugar; ni en la vida, ni en la muerte los pudieron apartar.
En París está doña Alda, la esposa de don Roldán, trescientas damas con ella para bien la acompañar: todas visten un vestido, todas calzan un calzar, todas comen a una mesa, todas comían de un pan. Las ciento hilaban el oro, las ciento tejen cendal,
Lunes era, lunes de Pascua florida, guerrean los moros los campos de Oliva. ¡Ay campos de Oliva, ay campos de Grana, tanta buena gente llevan cautivada! ¡Tanta buena gente que llevan cautiva!, y entre ellos llevaban
-¡Abenámar, Abenámar, moro de la morería, el día que tú naciste grandes señales había! Estaba la mar en calma, la luna estaba crecida, moro que en tal signo nace no debe decir mentira.
—El que tiene mujer moza y hermosa ¿qué busca en casa y con mujer ajena? ¿La suya es menos blanca y más morena, o floja, fría, flaca?– No hay tal cosa.
Estáse la gentil dama paseando en su vergel, los pies tenía descalzos, que era maravilla ver; desde lejos me llamara, no le quise responder. Respondile con gran saña: -¿Qué mandáis, gentil mujer? Con una voz amorosa
Estando yo en la mi choza pintando la mi cayada, las cabrillas altas iban y la luna rebajada; mal barruntan las ovejas, no paran en la majada. Vide venir siete lobos por una oscura cañada. Venían echando suertes cuál entrará a la majada;
Que por mayo era, por mayo, cuando hace la calor, cuando los trigos encañan y están los campos en flor, cuando canta la calandria y responde el ruiseñor, cuando los enamorados van a servir al amor; sino yo, triste, cuitado,
—Sola me estoy en mi cama namorando mi cojín; ¿quién será ese caballero que a mi puerta dice «Abrid»? —Soy Bernal Francés, señora, el que te suele servir de noche para la cama, de día para el jardín.