Llegó el día de dejarla
porque así lo quiso Dios.
Le di un beso y un adiós
y me marché sin mirarla.
Porque si otra vez la miro,
no me marcho de su lado
sin antes haber dado
ante mí el postrer suspiro.
Paseábase el Rey moro por la ciudad de Granada
desde la puerta de Elvira hasta la de Vivarrambla.
-'¡Ay de mi Alhama!'
Cartas le fueron venidas que Alhama era ganada:
las cartas echó en el fuego y al mensajero matara.
-'¡Ay de mi Alhama!'
Descabalga de una mula, y en un caballo cabalga;
por el Zacatín arriba subido se había al Alhambra.
-'¡Ay de mi Alhama!'
Como en el Alhambra estuvo, al mismo punto mandaba
que se toquen sus trompetas, sus añafiles de plata.
-'¡Ay de mi Alhama!'
Y que las cajas de guerra apriesa toquen al arma,
porque lo oigan sus moros, los de la Vega y Granada.
-'¡Ay de mi Alhama!'
Los moros que el son oyeron que al sangriento Marte llama,
uno a uno y dos a dos juntado se ha gran batalla.
-'¡Ay de mi Alhama!'
Allí habló un moro viejo, de esta manera hablara:
-'¿Para qué nos llamas, Rey, para qué es esta llamada?'
-'¡Ay de mi Alhama!'
-'Habéis de saber, amigos, una nueva desdichada:
'que cristianos de braveza ya nos han ganado Alhama. '
-'¡Ay de mi Alhama!'
Allí habló un Alfaquí de barba crecida y cana:
-'¡Bien se te emplea, buen Rey! ¡Buen Rey, bien se te
empleara!'
-'¡Ay de mi Alhama!'
-'Mataste los Bencerrajes, que eran la flor de Granada;
'cogiste los tomadizos de Córdoba la nombrada. '
-'¡Ay de mi Alhama!'
-'Por eso mereces, Rey, una pena muy doblada;
'que te pierdas tú y el reino, y aquí se pierda Granada. '
-'¡Ay de mi Alhama!'
«En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer» Virginia Woolf
Llegó el día de dejarla
porque así lo quiso Dios.
Le di un beso y un adiós
y me marché sin mirarla.
Porque si otra vez la miro,
no me marcho de su lado
sin antes haber dado
ante mí el postrer suspiro.
Madrugaba don Alonso
a poco del sol salido;
convidando va a su boda
a los parientes y amigos;
a la puerta de Moriana
sofrenaba su rocino:
-Buenos días, Moriana.
-Don Alonso, bien venido.
-Vengo a brindarte, Moriana,
Blanca sois, señora mía,
más que no el rayo del sol
¿si la dormiré esta noche
desarmado y sin pavor?
que siete años había, siete,
que no me desarmo, no.
Más negras tengo mis carnes
que un tiznado carbón.
-Dormilda, señor, dormilda,
¡Cuán traidor eres, Marquillos!
¡Cuán traidor de corazón!
Por dormir con tu señora
habías muerto a tu señor.
Desque lo tuviste muerto
quitástele el chapirón;
fuéraste al castillo fuerte
donde está la Blanca Flor.
-Ábreme, linda señora,
Un Mandarín de Pekín
que residía en Cantón
y no tocaba el violín
porque tocaba el violón
decía con presunción
y con cierto retintín
que de confín a confín
de toda aquella nación
del gorro hasta el escarpín
era rico y trapalón.
¡Rosa fresca, rosa fresca,
tan garrida y con amor,
cuando yo os tuve en mis brazos,
non vos supe servir, non:
y agora que vos servía
non vos puedo yo haber, non!
- Vuestra fue la culpa, amigo,
vuestra fue, que mía non;
enviásteme una carta
Mi padre era de Ronda
y mi madre de Antequera;
cautiváronme los moros
entre la paz y la guerra,
y lleváronme a vender
a Vélez de la Gomera.
Siete días con sus noches
anduve en el almoneda,
no hubo moro ni mora
Caminaba el Conde Olinos
la mañana de San Juan,
por dar agua a su caballo
en las orillas del mar.
Mientras su caballo bebe
él se ponía a cantar:
-Bebe, bebe, mi caballo,
Dios te me libre de mal,
Dios te libre en todo tiempo