Mi padre era de Ronda 
y mi madre de Antequera; 
cautiváronme los moros 
entre la paz y la guerra, 
y lleváronme a vender 
a Vélez de la Gomera. 
Siete días con sus noches 
anduve en el almoneda, 
no hubo moro ni mora 
que por mí una blanca diera, 
sino fuera un perro moro 
que cien doblas ofreciera, 
y llevárame a su casa, 
echárame una cadena. 
Dábame la vida mala, 
dábame la vida negra: 
de día majaba esparto, 
de noche molía cibera, 
echóme un freno a la boca 
porque no comiese della, 
Pero plugo a Dios del cielo 
que tenía el ama buena; 
cuando el moro se iba a caza 
quitábame la cadena; 
echábame en su regazo, 
mis regalos me hiciera, 
espulgábame y limpiaba 
mejor que yo mereciera; 
por un placer que le hice 
otro muy mayor me hiciera: 
diérame casi cien doblones 
en libertad me pusiera, 
por temor que el moro perro 
quizá la muerte nos diera. 
Así plugo a Dios del cielo 
de quien mercedes se espera 
que me ha vuelto a vuestros brazos 
como de primero era. 
«En la mayor parte de la historia, Anónimo era una mujer» Virginia Woolf
Llegó el día de dejarla 
porque así lo quiso Dios. 
Le di un beso y un adiós 
y me marché sin mirarla. 
Porque si otra vez la miro, 
no me marcho de su lado 
sin antes haber dado 
ante mí el postrer suspiro. 
Madrugaba don Alonso 
a poco del sol salido; 
convidando va a su boda 
a los parientes y amigos; 
a la puerta de Moriana 
sofrenaba su rocino: 
-Buenos días, Moriana. 
-Don Alonso, bien venido. 
-Vengo a brindarte, Moriana, 
Blanca sois, señora mía, 
más que no el rayo del sol 
¿si la dormiré esta noche 
desarmado y sin pavor? 
que siete años había, siete, 
que no me desarmo, no. 
Más negras tengo mis carnes 
que un tiznado carbón. 
-Dormilda, señor, dormilda, 
Caminaba el Conde Olinos 
la mañana de San Juan, 
por dar agua a su caballo 
en las orillas del mar. 
Mientras su caballo bebe 
él se ponía a cantar: 
-Bebe, bebe, mi caballo, 
Dios te me libre de mal, 
Dios te libre en todo tiempo 
¡Cuán traidor eres, Marquillos! 
¡Cuán traidor de corazón! 
Por dormir con tu señora 
habías muerto a tu señor. 
Desque lo tuviste muerto 
quitástele el chapirón; 
fuéraste al castillo fuerte 
donde está la Blanca Flor. 
-Ábreme, linda señora, 
Un Mandarín de Pekín 
que residía en Cantón 
y no tocaba el violín 
porque tocaba el violón 
decía con presunción 
y con cierto retintín 
que de confín a confín 
de toda aquella nación 
del gorro hasta el escarpín 
era rico y trapalón. 
¡Rosa fresca, rosa fresca, 
tan garrida y con amor, 
cuando yo os tuve en mis brazos, 
non vos supe servir, non: 
y agora que vos servía 
non vos puedo yo haber, non! 
- Vuestra fue la culpa, amigo, 
vuestra fue, que mía non; 
enviásteme una carta 
Mi padre era de Ronda 
y mi madre de Antequera; 
cautiváronme los moros 
entre la paz y la guerra, 
y lleváronme a vender 
a Vélez de la Gomera. 
Siete días con sus noches 
anduve en el almoneda, 
no hubo moro ni mora