Caminaba el Conde Olinos la mañana de San Juan, por dar agua a su caballo en las orillas del mar. Mientras su caballo bebe él se ponía a cantar: -Bebe, bebe, mi caballo, Dios te me libre de mal, Dios te libre en todo tiempo de las furias de ese mar. Las aves que iban volando se paraban a escuchar porque les gustaba mucho aquel tan dulce cantar. La reina que lo escuchaba a su hija fue a buscar: -Oye, hija, cómo canta la sirena de la mar. -No es la sirenita, madre, la que dice ese cantar. Es la voz del Conde Olinos que por mí penando va. -Pues si es el Conde Olinos yo lo mandaré a matar. ¡Vengan pronto, mis soldados, al Conde Olinos matad! Él murió a la madrugada, ella, a los gallos cantar. A los dos los enterraron en medio de un platanal. Dos arbolitos crecieron en aquel mismo lugar; ni en la vida, ni en la muerte los pudieron apartar.
Madrugaba don Alonso a poco del sol salido; convidando va a su boda a los parientes y amigos; a la puerta de Moriana sofrenaba su rocino: -Buenos días, Moriana. -Don Alonso, bien venido. -Vengo a brindarte, Moriana,
Blanca sois, señora mía, más que no el rayo del sol ¿si la dormiré esta noche desarmado y sin pavor? que siete años había, siete, que no me desarmo, no. Más negras tengo mis carnes que un tiznado carbón. -Dormilda, señor, dormilda,
Un Mandarín de Pekín que residía en Cantón y no tocaba el violín porque tocaba el violón decía con presunción y con cierto retintín que de confín a confín de toda aquella nación del gorro hasta el escarpín era rico y trapalón.
¡Cuán traidor eres, Marquillos! ¡Cuán traidor de corazón! Por dormir con tu señora habías muerto a tu señor. Desque lo tuviste muerto quitástele el chapirón; fuéraste al castillo fuerte donde está la Blanca Flor. -Ábreme, linda señora,
¡Rosa fresca, rosa fresca, tan garrida y con amor, cuando yo os tuve en mis brazos, non vos supe servir, non: y agora que vos servía non vos puedo yo haber, non! - Vuestra fue la culpa, amigo, vuestra fue, que mía non; enviásteme una carta
Mi padre era de Ronda y mi madre de Antequera; cautiváronme los moros entre la paz y la guerra, y lleváronme a vender a Vélez de la Gomera. Siete días con sus noches anduve en el almoneda, no hubo moro ni mora
Caminaba el Conde Olinos la mañana de San Juan, por dar agua a su caballo en las orillas del mar. Mientras su caballo bebe él se ponía a cantar: -Bebe, bebe, mi caballo, Dios te me libre de mal, Dios te libre en todo tiempo