Un Mandarín de Pekín
que residía en Cantón
y no tocaba el violín
porque tocaba el violón
decía con presunción
y con cierto retintín
que de confín a confín
de toda aquella nación
del gorro hasta el escarpín
era rico y trapalón.
Tenía aquel Mandarín
un precioso palanquín
un caballo percherón
un quimono de etamín
y un pañuelo de crespón.
Tenía un vasto salón,
un agradable jardín
y también un batintín
que sonaba haciendo ¡pon!;
un puñal, un espadín,
un alfanje, un mosquetón,
y un surtido botiquín
con «Mejoral» y algodón.
Pero el pobre Mandarín
abrigaba una ilusión:
ver crecer cabello o crin
a un estupendo melón.
Con paciencia y discreción
exprimía su magín
y bañaba aquel melón
con un líquido o loción
que se trajo de Nankín.
Más el melón malandrín
ablución tras ablución
resistía aquel trajín
y se quedaba pelón.
El Mandarín, bermellón,
rojo, encarnado, carmín,
se tomaba un berrenchín
e insistía con tesón,
hasta que un día por fin
el paciente Mandarín
que residía en Cantón
se pudo dar el postín
de ver con pelo el melón
porque con circunspección
fue y le puso un peluquín.
MORALEJA:
Muchas veces el tesón
no nos conduce a buen fin
y lo mismo que el melón
que tenía el Mandarín,
si está calvo don Ramón,
don Felipe o don Fermín,
da igual que se dé almidón
o se frote con fruición
la cabeza con hollín
con un paño, un calcetín,
un abrigo de visón,
un lápiz o el boletín
oficial de la nación.