Sombra, de Antonio Plaza Llamas | Poema

    Poema en español
    Sombra

       I 


    ¿Quién eres, di, sombra errante, 
    que me sigues pertinaz, 
    y doquiera que la faz 
    vuelvo, te miro delante? 
    ¿Eres la memoria estuante 
    de lejano devaneo, 
    o al engendrarte el deseo 
    con mi propio ser batallas? 
    ¿Por qué sin saber do te hallas 
    en todas partes te veo? 



       II 


    ¿Eres éter desprendido 
    de la región impalpable, 
    por mandato inexplicable 
    en fantasma convertido? 
    ¿O de mi llanto vertido 
    el vaporoso ardimiento 
    finge una forma en el viento, 
    forma que amo y acobarda? 
    ¿Eres el ángel de la guarda?, 
    ¿eres mi remordimiento? 



       III 


    Cuando las noches sus mares 
    de sombra, en la tierra vierte 
    y en mi lecho caigo inerte, 
    nutrido de mil pesares; 
    dejando tal vez tus lares 
    fantásticos, apareces, 
    y si el afán toma creces, 
    me levanto como loco, 
    por ver si tu sombra toco 
    y al punto te desvaneces. 



       IV 


    Mi extraviada fantasía 
    con distintas formas pueblas 
    eres luz en las tinieblas, 
    y sombra en la luz del día. 
    Inspiras a mi ardentía 
    amor que extraña el espanto; 
    ¿Por qué desde el camposanto 
    me recuerdas, por mi mal, 
    una historia criminal 
    que santificó mi llanto? 



       V 


    Te adoro, sombra imposible, 
    como el arcángel enteo, 
    y aunque nada, nada creo, 
    hoy me asombra lo increíble 
    sombra del alma adorada. 
    ¿Por qué no eres ¡ay! tangible, 
    sombra de la infortunada 
    que mi labio en sueños nombra? 
    ¿por qué no me vuelvo sombra 
    para fundirme en tu nada? 



       VI 


    Sombra de la amada mía, 
    que brilla lánguidamente, 
    como brilla una palente 
    estrella, en la noche umbría. 
    ¿Por qué en mi audaz fantasía 
    vives, memoria de ayer? 
    ¡Oh!, ¡quién pudiera creer 
    que entre la bruma del sueño 
    amara con loco empeño 
    a un ser que no puede ser! 



       VII 


    Te veo unas veces estela; 
    otras, estatua marmórea; 
    otras, visión incorpórea; 
    otras cual luna a quien cela 
    denso vapor que la vela, 
    y otras como esos quemantes 
    rayos del sol, que anhelantes 
    al entrar por el balcón, 
    fingen faja de crespón 
    llena de átomos brillantes. 



       VIII 


    Te adora intuitivamente, 
    y vuela, si estoy dormido, 
    mi espíritu desprendido 
    tras tu forma transparente. 
    Ojalá nunca lamente 
    por tu presencia exaltada 
    llegue a verte evaporada; 
    porque quiero al fenecer 
    dar a tu nada mi ser, 
    o ser con tu nada, nada.