Esta noche, Manuel, tú sobre el puente, tú sobre el río, prometiendo abrazos que nunca habrás de dar porque no puedes, porque un madero y unos clavos dicen que nadie es libre de morir su muerte. Esta noche, Manuel, tú sobre el río. Quién te puso corona de saetas, Cachorro de Sevilla... Quién pudo hacerte interminable el tránsito... Hoy no se pasa: aquí muere Sevilla mientras tu silueta va en el río caminando otra vez sobre las aguas... Y ya tu pelo, nebulosa trágica, río de miel lentísimo, va velando la muerte que te vela. Trono moreno de Judea, pasa. Pasa, Manuel, tuyo es el Viernes Santo, tuyos son estos ojos que te lloran, esta voz que te canta, esta espuma de estrellas andaluzas. Sigue pasando, alzado y ofrecido. Esta noche, Manuel, tú sobre el puente. Quién te trajo hasta mí, quién levantaba tu belleza, tu cuerpo como un río, lanza de luz nocturna en el costado... Quién pudo hacer que el último suspiro de tus labios se dé a cada momento, desde no sé qué siglos hasta ahora, hasta ahora, para ir diciendo al mundo, para ir diciendo al tiempo: Así se muere.
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente, tú sobre el río, prometiendo abrazos que nunca habrás de dar porque no puedes, porque un madero y unos clavos dicen que nadie es libre de morir su muerte. Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Miré a tu alrededor; registré apresurado mis bolsillos... Quise haberte traído cualquier cosa, porque palabras tenía pocas y todas eran de bisutería. Esperaba a la muerte con la tópica sobriedad española: a su cabeza la cruz vera, a su lado
Encinas, pinos y palmeras saben revueltos hacia el Pincio rampas, estatuas, fuentes, jeroglíficos, prismas, arcadas triples, balaustradas dobles y un cielo de palomas y vencejos.