Encinas, pinos y palmeras saben revueltos hacia el Pincio rampas, estatuas, fuentes, jeroglíficos, prismas, arcadas triples, balaustradas dobles y un cielo de palomas y vencejos.
Qué libertad la del verano, qué orden de líneas puras, de aristas limpias, de pilastras fuertes y de cupulas sólidas.
El aire invade la ciudad por la puerta del Pópulo y hay una estrella fija de ocho puntas y lápidas y conchas y linternas y escudos de armas.
Todo intacto, resiste al trote de la muchedumbre, a la onda expansiva de los cines, a la insolencia del presente putrefacto y decrépito. Uan alud de pancartas anuncia los rigores del otoño. En la botica oscura se prepara la entrada de los bárbaros. Arden las últimas orgías. La plebe pide ácido y bencina. el pescado arroja al Tíber las llaves de la Historia.
Pero no, que es verano, el aire libre llena los antiguos pulmones de las plazas y salva a la ciudad de morir por asfixia. Aún suenan las campanas del cielo de Roma.
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente, tú sobre el río, prometiendo abrazos que nunca habrás de dar porque no puedes, porque un madero y unos clavos dicen que nadie es libre de morir su muerte. Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Miré a tu alrededor; registré apresurado mis bolsillos... Quise haberte traído cualquier cosa, porque palabras tenía pocas y todas eran de bisutería. Esperaba a la muerte con la tópica sobriedad española: a su cabeza la cruz vera, a su lado
Encinas, pinos y palmeras saben revueltos hacia el Pincio rampas, estatuas, fuentes, jeroglíficos, prismas, arcadas triples, balaustradas dobles y un cielo de palomas y vencejos.