Miré a tu alrededor;
registré apresurado mis bolsillos...
Quise haberte traído cualquier cosa,
porque palabras tenía pocas
y todas eran de bisutería.
Esperaba a la muerte con la tópica
sobriedad española: a su cabeza
la cruz vera, a su lado
aquel retrato de desconocido
toledano o cretense
de ojos de cisco y barbas de ceniza.
Fumaba un cigarrillo interminable
del condenado a muerte,
manchándose de ceniza
las pobres sábanas rosadas.
Su corazón se iba desovillando
en un hilo de voz
que se ovillaba al mío
para hacerlo girar como una peonza.
Intenté hablar de nuevo. Fue imposible.
Los lugares comunes de consuelo
con que ahuyentamos el dolor extraño
de la propia conciencia, no podían
rebasar la garganta, donde ya
aleteaba un pájaro rebelde....