Miré a tu alrededor; registré apresurado mis bolsillos... Quise haberte traído cualquier cosa, porque palabras tenía pocas y todas eran de bisutería. Esperaba a la muerte con la tópica sobriedad española: a su cabeza la cruz vera, a su lado aquel retrato de desconocido toledano o cretense de ojos de cisco y barbas de ceniza. Fumaba un cigarrillo interminable del condenado a muerte, manchándose de ceniza las pobres sábanas rosadas. Su corazón se iba desovillando en un hilo de voz que se ovillaba al mío para hacerlo girar como una peonza. Intenté hablar de nuevo. Fue imposible. Los lugares comunes de consuelo con que ahuyentamos el dolor extraño de la propia conciencia, no podían rebasar la garganta, donde ya aleteaba un pájaro rebelde....
Esta noche, Manuel, tú sobre el puente, tú sobre el río, prometiendo abrazos que nunca habrás de dar porque no puedes, porque un madero y unos clavos dicen que nadie es libre de morir su muerte. Esta noche, Manuel, tú sobre el río.
Miré a tu alrededor; registré apresurado mis bolsillos... Quise haberte traído cualquier cosa, porque palabras tenía pocas y todas eran de bisutería. Esperaba a la muerte con la tópica sobriedad española: a su cabeza la cruz vera, a su lado
Encinas, pinos y palmeras saben revueltos hacia el Pincio rampas, estatuas, fuentes, jeroglíficos, prismas, arcadas triples, balaustradas dobles y un cielo de palomas y vencejos.