Desde esta pelliza de toro tan angosta a veces, gran bazar de la droga, según los diarios, portaviones de sol, vehemencia y gozo, preñada de inquilinos que bailan -y qué remedio- con el alegre subsidio de la palabra, sólo se puede aceptar una contienda de juego y paz, aunque la mancha de petróleo en el océano siga ahogando pateras y sus inagotables fuegos de artificio iluminen haciendas y solares encalados. Pero una gota de lluvia en ese océano bastaría para recordar que somos una nimia inmensidad indivisa, una frontera única en el presente de los pueblos, y no se debe sucumbir, pues queda demasiado cerca el zéjel y la moaxaja, hace pocos siglos que importamos el soneto, y parece que fuimos ayer cuando Breton, Artaud, Aragon, Soupault, Tzara, cambiaron a este bajel pirata su rumbo. También dijeron que no era arma poderosa; por si acaso, me tomo cada mañana la molestia, de acudir a la fuente donde manan las palabras, apartar residuos tóxicos, bolsas de plástico, y exprimidas latas de Coca Cola, que maldigo fríamente, para poder sobrevivir sin DNI reglamentario, y como si de un anuncio de 15 segundos se tratara devolver bien condenso un mensaje alto, claro, y evónimo de celebración del verso, unida ya a esta grey, artificiera de pasiones, y sin más escudo que cualquier semipoema.
Y cuando en la interminable cola, perdidos ya todos tus derechos, todos empujan indignados: blancos primero, afros y chinos; latinos, indios y musulmanes; para que sus familias no sequen sus calcetines de zurcida rabia al viento rasante del metro
Desde esta pelliza de toro tan angosta a veces, gran bazar de la droga, según los diarios, portaviones de sol, vehemencia y gozo, preñada de inquilinos que bailan -y qué remedio- con el alegre subsidio de la palabra,
Nunca fue la belleza en un poema lo que busqué, era cosa de inermes mujeres. Primero creí en la metafísica y en la entelequia, desaprobé todo lo que no tuviera aristas, pero el poema críptico cada vez hacía más aguas, poesía a la deriva y siempre la forma,