Nunca fue la belleza en un poema lo que busqué, era cosa de inermes mujeres. Primero creí en la metafísica y en la entelequia, desaprobé todo lo que no tuviera aristas, pero el poema críptico cada vez hacía más aguas, poesía a la deriva y siempre la forma, la Sacra Forma.
Fue cuando llegué a lo cotidiano, después a lo intrascendente, y por último descendí por las escaleras al nightclub de las vanidades. Perdida la complejidad, todo era atraco narrativo. De nuevo a la deriva y ya con demasiados cumplidos no estaré por descubrir de críticos ávidos de joven poeta desechable, poesía de intencionado abuso, nada valgo si entro en años y sobrepeso.
Como gato escaldado me adentro en el uniforme a rayas del eclecticismo, desgastadas todas mis zapatillas de esparto, quizás sin paisaje definido ahora todo esté por descubrir. Al fin la lírica del viaje.
Y llegados a lo cursi de la metapoesía, seguiré aquí, de pie, hasta que acabe con la palabra, o ella conmigo y mis días, pero ¡cuidado! tengo un revólver de subasta que perteneció –dicen– a Hemingway.
Y cuando en la interminable cola, perdidos ya todos tus derechos, todos empujan indignados: blancos primero, afros y chinos; latinos, indios y musulmanes; para que sus familias no sequen sus calcetines de zurcida rabia al viento rasante del metro
Desde esta pelliza de toro tan angosta a veces, gran bazar de la droga, según los diarios, portaviones de sol, vehemencia y gozo, preñada de inquilinos que bailan -y qué remedio- con el alegre subsidio de la palabra,
Nunca fue la belleza en un poema lo que busqué, era cosa de inermes mujeres. Primero creí en la metafísica y en la entelequia, desaprobé todo lo que no tuviera aristas, pero el poema críptico cada vez hacía más aguas, poesía a la deriva y siempre la forma,