Nunca fue la belleza en un poema
lo que busqué, era cosa de inermes mujeres.
Primero creí en la metafísica y en la entelequia,
desaprobé todo lo que no tuviera aristas,
pero el poema críptico cada vez hacía más aguas,
poesía a la deriva y siempre la forma,
la Sacra Forma.
Fue cuando llegué a lo cotidiano,
después a lo intrascendente,
y por último descendí por las escaleras
al nightclub de las vanidades.
Perdida la complejidad, todo era atraco narrativo.
De nuevo a la deriva y ya con demasiados cumplidos
no estaré por descubrir de críticos ávidos
de joven poeta desechable,
poesía de intencionado abuso,
nada valgo si entro en años y sobrepeso.
Como gato escaldado me adentro
en el uniforme a rayas del eclecticismo,
desgastadas todas mis zapatillas de esparto,
quizás sin paisaje definido ahora
todo esté por descubrir.
Al fin la lírica del viaje.
Y llegados a lo cursi
de la metapoesía, seguiré aquí,
de pie, hasta que acabe
con la palabra, o ella conmigo y mis días,
pero ¡cuidado! tengo un revólver de subasta
que perteneció –dicen– a Hemingway.