Es la hiedra negra, en las raíces, entre las hojas del invierno, caídas hojas bajo la nieve, en las estrellas del invierno, estrellas gastadas. Yo lo recuerdo de la misma manera que el invierno cuando con sus grandes botas pisotea la tierra, como la sombra que divide así yo lo recuerdo entre arbotantes y grandes maderos, en tanto el viento escapa hacia el altar. Yo recuerdo la luz de su fría república, -sin duda la luna u otra materia maléfica. Yo recuerdo su luz mientras el viento escapa y una sombra torcida cruza hacia el altar.
Qué señor de las noches, qué guerreros, qué ausentes, qué silencio crecido en un secreto como las ramas y las catedrales cuando la música de marzo tiene la verdad a sus pies. Qué estaciones donde nada hay y ningún mensajero recuerda aquella música lejana, aquellos ojos que brillan en la oscuridad como dos animales vivos. Sobre la niebla, entonces, propagaba su pensamiento y relaciones y analogías relucían semejantes a peces, recuerdos refulgiendo sobre el lomo del mar, huraños pasillos de la memoria, entonces -los últimos sentimientos, negros como la sombra en la bodega, se saben todavía mal interpretados- qué astrolabio y qué brújula, qué viento del noroeste para el sombrío capitán Elphistone, para su mirada cuando saluda a las constelaciones, el Boyero y las Cabrillas contra el incendio de las tempestades o bien qué mueca definitivamente fría como un hueso. Gesto de sable pájaro, ademán de orgullo cuando con los días contados finges, te creces, injurias con la voz que va derecha. Fugaces cortesías de los mares se disputan tu honor y cierto género de noticias o silencios muy elocuentes, espías del recuerdo las estrellas evocadoras, oleajes de postrimerías, bendiciones, cuando -bajo la advocación del Holandés- te desposas con el aparejo y el viento oficiante murmura sobre el podrido tálamo de lona mientras que la madera entona el réquiem.
Es la hiedra negra, en las raíces, entre las hojas del invierno, caídas hojas bajo la nieve, en las estrellas del invierno, estrellas gastadas. Yo lo recuerdo de la misma manera que el invierno cuando con sus grandes botas pisotea la tierra,
Cinco poemas para abdicar, para que sean un destello terrestre en mi tránsito mientras el vaivén de mi cuerpo me dote de viejo sueño y tenga un altar adornado, mientras mis ojos suspendan la aspersión del líquido más breve,
Hasta nosotros la infancia de los metales raros, la muchedumbre de la plata que nos pudre en su espuma, su larga espuma larga como una cinta que naciera en un cuaderno del Bach el Joven Y viniera a morir aquí, en las aves que anidan en los discos,
Dicen que murió un caballo. Contaron que pasó como una sombra, que galopaba como noticia que va corriendo todos los días hasta la fuente -agua y sonidos blancos, jaurías blancas y galgo crepitar-