Los dados eternos, de César Vallejo | Poema

    Poema en español
    Los dados eternos

                   Para Manuel González Prada, 
                  esta emoción bravía y selecta, 
               una de las que, con más entusiasmo, 
                 me ha aplaudido el gran maestro. 

     
    Dios mío, estoy llorando el ser que vivo; 
    me pesa haber tomado de tu pan; 
    pero este pobre barro pensativo 
    no es costra fermentada en tu costado: 
    ¡tú no tienes Marías que se van! 

    Dios mío, si tú hubieras sido hombre, 
    hoy supieras ser Dios; 
    pero tú, que estuviste siempre bien, 
    no sientes nada de tu creación. 
    ¡Y el hombre sí te sufre: el Dios es él! 

    Hoy que en mis ojos brujos hay candelas, 
    como en un condenado, 
    Dios mío, prenderás todas tus velas, 
    y jugaremos con el viejo dado. 
    Tal vez ¡oh jugador! Al dar la suerte 
    del universo todo, 
    surgirán las ojeras de la Muerte, 
    como dos ases fúnebres de lodo. 

    Dios mío, y esta noche sorda, obscura, 
    ya no podrás jugar, porque la Tierra 
    es un dado roído y ya redondo 
    a fuerza de rodar a la aventura, 
    que no puede parar sino en un hueco, 
    en el hueco de inmensa sepultura.

    César Vallejo, uno de los poetas hispanoamericanos más destacables del siglo XX, nació en Santiago de Chuco, Perú, en 1892. Estudió medicina, filosofía, derecho y ejerció el magisterio. Constantes en la obra de Vallejo son la solidaridad con el sufrimiento humano, su rebeldía contra la sociedad, la fe en la utopía revolucionaria y la muerte. En 1918 publicó Los heraldos negros, su primer libro de poemas, de influencia modernista. Fue encarcelado en 1920 al ser acusado injustamente de robo e incendio durante una revuelta. En ese tiempo escribió algunos de los poemas que formarían su segundo libro, Trilce. En 1923 se trasladó a Europa. Estuvo en París, en donde conoció a Gris, a Huidobro, fundó la revista Favorables París Poema y terminaría siendo expulsado por razones políticas. En Moscú conoció a Maiakovski. En 1931 se trasladó a España, se afilió al Partido Comunista y publicó Rusia en 1931. Reflexiones al pie del Kremlin y su novela social Tungsteno. Al año siguiente regresó a París, en donde vivió de forma clandestina. Cuando estalló la Guerra Civil española, recogió fondos para la causa republicana y viajó a Madrid y Barcelona para participar en distintos congresos de escritores. Murió en París en 1938. Un año después se publicó su poema más político, España, aparta de mí este cáliz, y una recopilación de su obra poética con el título de Poemas humanos.