Hay que estar ebrio siempre. Todo reside en eso: ésta es la única cuestión. Para no sentir el horrible peso del Tiempo que nos rompe las espaldas, y nos hace inclinar hacia la tierra, hay que embriagarse sin descanso. Pero, ¿de qué? De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca, Pero embriáguense.
Y si a veces, sobre las gradas de un palacio, sobre la verde hierba de una zanja, en la soledad huraña de su cuarto, la ebriedad ya atenuada o desaparecida ustedes se despiertan pregunten al viento, a la ola, a la estrella, al pájaro, al reloj, a todo lo que huye, a todo lo que gime, a todo lo que rueda, a todo lo que canta, a todo lo que habla, pregúntenle qué hora es; y el viento, la ola, la estrella, el pájaro, el reloj, contestarán: ¡Es hora de embriagarse!
Para no ser los esclavos martirizados del Tiempo, ¡embriáguense, embriáguense sin cesar! De vino, de poesía o de virtud, como mejor les parezca.
Por distraerse, a veces, suelen los marineros dar caza a los albatros, grandes aves del mar, que siguen, indolentes compañeros de viaje, al navío surcando los amargos abismos.
Ella estaba desnuda, y, sabiendo mis gustos, sólo había conservado las sonoras alhajas cuyas preseas le otorgan el aire vencedor que las esclavas moras tienen en días fastos.
En verdad, tú no eres, mi bienamada, lo que Veuillot denomina una chiquilla. El juego, el amor, la buena comida, hierven en ti, ¡viejo caldero! Ya no eres más fresca, amada mía,
Esta noche la luna sueña con más pereza, cual si fuera una bella hundida entre cojines que acaricia con mano discreta y ligerísima, antes de adormecerse, el contorno del seno.
Imploro tu piedad, única Tú a quien amo, desde la sima oscura en que mi alma ha caído. Es un triste universo de plomizo horizonte, donde en la noche nadan el horror, la blasfemia;
Ven a mi pecho, alma sorda y cruel, tigre adorado, monstruo de aire indolente; quiero enterrar mis temblorosos dedos en la espesura de tu abundosa crin;