Como si nunca hubiera sido mía, dad al aire mi voz y que en el aire sea de todos y la sepan todos igual que una mañana o una tarde.
Ni a la rama tan sólo abril acude ni el agua espera sólo el estiaje.
¿Quién podría decir que es suyo el viento, suya la luz, el canto de las aves en el que esplende la estación, más cuando llega la noche y en los chopos arde tan peligrosamente retenida?
¡Que todo acabe aquí, que todo acabe de una vez para siempre! La flor vive tan bella porque vive poco tiempo y, sin embargo, cómo se da, unánime, dejando de ser flor y convirtiéndose en ímpetu de entrega. Invierno, aunque no está, detrás la primavera, saca fuera de mí lo mío y hazme parte, inútil polen que se pierde en tierra pero ha sido de todos y de nadie.
Sobre el abierto páramo, el relente es pinar en el pino, aire en el aire, relente sólo para mi sequía. Sobre la voz que va excavando un cauce qué sacrilegio este del cuerpo, este de no poder ser hostia para darse.
('La hilandera de espaldas', del cuadro de Velázquez)
Tanta serenidad es ya dolor. Junto a la luz del aire la camisa ya es música, y está recién lavada, aclarada, bien ceñida al escorzo risueño y torneado de la espalda,
Dejad que el viento me traspase el cuerpo y lo ilumine. Viento sur, salino, muy soleado y muy recién lavado de intimidad y redención, y de impaciencia. Entra, entra en mi lumbre, ábreme ese camino nunca sabido: el de la claridad.
¿Y para qué tanta resurrección? Caminos que mueran en nosotros. Nunca hollados caminos. Pronto verás al hombre sangrando en cualquier sitio, en la tarde aventada de dolor y de trigos. Frente al pasado, frente a lo ya conocido.