¿Y para qué tanta
resurrección? Caminos
que mueran en nosotros.
Nunca hollados caminos.
Pronto verás al hombre
sangrando en cualquier sitio,
en la tarde aventada
de dolor y de trigos.
Frente al pasado, frente
a lo ya conocido.
(Una ciudad. Y un álamo
con un sueño en el río)
…¿Y Tú? Tú no anocheces.
Nos une el mismo niño
que tropezaba, como
si no fuera su oficio
tropezar: en la risa,
cayendo, en el olvido…
¡Qué bien puedo tenerte
por no sé qué bautismo!
Saber un día, yerto
de campanas, el mismo
pecado que nos duele
en el vientre. Y redimirlo.
Habitar el silencio,
el fiel, el siempre amigo.
Tras el manar del agua
volver para estar vivos.
Y no. Ya es otra fuerza
de tu brazo. Es distinto
golpear, aún más ciego
cuanto más desprendido.
¡Cómo llena de música
tu sombra a los sentidos!
¡Siempre este peso, ahora
y siempre el único abrigo!
Se te ve como si algo
te ignorase en su silbo.
Como si no quisieran
cavar en tus pasillos.
¿Por qué, para qué tanta
resurrección? Caminos
que mueran en nosotros.
Nunca hollados caminos.
Claudio Rodríguez nació en 1934 en Zamora y en 1951 se trasladó a Madrid, en cuya Universidad Complutense se licenció en Filología Románica. Se dio a conocer con Don de la ebriedad, un libro deslumbrante que en 1953 ganó el Premio Adonais. De 1958 data Conjuros, su segundo libro de poemas. Fue lector de español en Inglaterra durante ocho años, primero en la Universidad de Nottingham y luego en la de Cambridge. Allí escribió Alianza y condena (1965), Premio de la Crítica de aquel año. De vuelta en España, se dedicó a la docencia universitaria, y hasta 1976 no publicó su cuarto poemario, El vuelo de la celebración. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1983 e ingresó en la Real Academia Española en 1987. Merecedor del Premio Príncipe de Asturias y del Premio Reina Sofía, falleció en Madrid en 1999. Su último libro, Casi una leyenda, apareció en 1991.