¡Que mi estrella no sea la que más resplandezca
sino la más lejana! ¡No me queme su lumbre
sino su altura, hasta lograr que crezca
la mirada en peligros del espacio y la cumbre!
¿Quién cae? ¿Quién alza el vuelo?
¿Qué palomares de aire me abren los olmos? Antes
era sencillo: tierra y, sin más, cielo.
Yo con mi impulso abajo y ellas siempre distantes.
Pero en la sombra hay luz y en la mañana
se hunde una oculta noche cerrando llano y río.
A qué lanzada al raso tan cercana
seguro blanco ofrece el pecho mío.
¡Pensar que brillarían aunque estuviera ciego
todas las estrellas que no se ven, aquellas
que están detrás del día! Esas de arriba, luego
caerán. ¡Hazlas caer! Ni son estrellas
ni es música su pulso enardecido.
Y mientras cubre el alba como un inmenso nido
sólidamente aéreo y blanco el puro
culminar de los astros, siguen viviendo apenas
como el grano en la vaina, que es su límite oscuro.
Oíd: ¿quién nos sitia acaso las celestes almenas?
Y no encuentra reposo
lo que vive en lo alto. Vive y sube
más, como el sol, como la nube
mientras los campos sienten el tiempo más hermoso.
Y hasta el más inminente. Porque, ¿quién mueve, cuando
madura, toda la sazón, quién cuando cae avisa
que es sobre todo luz y va empezando
a preparar la tierra como para una brisa
tan ardiente que bruña la meseta?
Ah, qué eterno camino se completa
dentro del corazón del hombre. Sin embargo, ahora nada
se puede contener, y hay un sonido
misterioso en la noche, y hay en cada
ímpetu del espacio un corpóreo latido.
¡Estrellas clavadoras, si no fuera
por vuestro hierro al vivo se desmoronaría
la noche sobre el mundo, si no fuera
por vuestro resplandor se me caería
sobre la frente el cielo! Estrellas puras
que vuelvo a ver como antes nuevamente,
claras para los ojos y para el alma oscuras.
No tan cerca. ¡Salvadme! Estoy enfrente.
El aire hace creer que surge el día
pero no los sembrados, aún serenos
en su tarea hacia la luz, que al menos
es un pueblo creciente de aves de altanería.
¿Dónde están las montañas? ¿Dónde las altas cumbres
si está mas cerca siempre mi llanura
de las estrellas? ¿Dónde están las lumbres
de un corazón tan fuerte, tan hondo de ternura
que llegue en todo su latido al cielo?
Esto es sagrado. Cuanto miro y huelo
es sagrado. ¡No toque nadie! Pero
sí, tocad todos, mirad todos arriba.
¿Tan miserable es nuestro tiempo que algo
digno, algo que no se venda sino que, alto
y puro, arda en amor del pueblo y nos levante
ya no es motivo de alegría? ¡Vida,
estrella de hoy, de agosto! ¡Ved, ved, cae
con ella, allí, todo aquel tiempo nuestro!