¡Dejad de respirar y que os respire
la tierra, que os incendie en sus pulmones
maravillosos! Mire
quien mire, ¿no verá en las estaciones
un rastro como de aire que se alienta?
Sería natural aquí la muerte.
No se tendría en cuenta
como la luz, como el espacio. ¡Muerte
con sólo respirar! Fuera de día
ahora y me quedaría sin sentido
en estos campos, y respiraría
hondo como estos árboles, sin ruido.
Por eso la mañana aún es un vuelo
creciente y alto sobre
los montes, y un impulso a ras del suelo
que antes de que se enfunda y de que cobre
forma ya es surco para el nuevo grano.
Oh, mi aposento. Qué riego del alma
éste con el que doy mi vida y gano
tantas vidas hermosas. Tened calma
los que me respiráis, hombres y cosas.
Soy vuestro. Sois también vosotros míos.
Cómo aumentan las rosas
su juventud al entregarse. ¡Abríos
a todo! El heno estalla en primavera,
el pino da salud con su olor fuerte.
¡Qué hostia la del aliento, qué manera
de crear, qué taller claro de muerte!
No sé cómo he vivido
hasta ahora ni en qué cuerpo he sentido
pero algo me levanta al día puro,
me comunica un corazón inmenso,
como el de la meseta, y mi conjuro
es el del aire, tenso
por la respiración del campo henchida
muy cerca de mi alma en el momento
en que pongo la vida
al voraz paso de cualquier aliento.