La mañana del búho, de Claudio Rodríguez | Poema

    Poema en español
    La mañana del búho

    Hay algunas mañanas 
    que lo mejor es no salir. ¿Y adónde? 
    La semilla desnuda, aquí, en el centro 
    de la pupila en plena 
    rotación 
    hacia tanta blancura repentina 
    de esta ola sin ventanas 
    cerca de la pared del sueño entre alta mar 
    y la baja marea, 
    ¿hacia dónde me lleva? 
    ¡Si lo que veo es lo invisible, es pura 
    iluminación, 
    es el origen del presentimiento! 
    Es este otoño de madera y de ecos 
    de olivo y abedul 
    con la rapacidad del ala lenta 
    ladeando y girando, 
    con vuelo viejo avaro de la noche, 
    con equilibrio de la pesadilla, 
    con el pico sin cera, sin leche y sin aceite, 
    y el plumaje sin humo, la espuma que suaviza 
    la saliva, la sal, el excremento 
    del nido… Hay un sonido 
    de altura, moldeado 
    en figuras, en vaho 
    de eucalipto. No veo, no poseo. 
    ¿Y esa alondra, ese pámpano 
    tan inocentes en la viña ahora, 
    y el vencejo de leña y de calambre, 
    y la captura de la liebre, el nácar 
    de amanecida y la transparencia 
    en pleamar naranja de la contemplación? 
    ¿Y todo es invisible? ¡Si está claro 
    este momento traspasado de alba! 
    Este momento que no veré nunca. 
    Esta mañana que no verá nadie 
    porque no está creada, 
    esta mañana que me va acercando 
    al capitel y al nido. 
    ¿Y este aleteo sin temor ni viento, 
    la epidemia, el mastín y la crisálida 
    con la luz de meseta? 
    Cómo cantaba mayo en la noche de enero. 
    Junto al relieve y el cincel, la lima 
    y el buril hay ciudad, 
    mano de obra y secreto en cada grieta 
    de la oración y de la redención, 
    y la temperatura de la piedra 
    orientada hacia el este 
    con una ciencia de erosión pulida, 
    de quietud de ola en vilo, de aventura 
    que entra y sale a la vez. Ahí las escenas 
    de historia, teología, fauna, mitos 
    y la ley del granito, poro a poro, 
    su cicatriz en cada veta ocre, 
    el rito de la lágrima 
    en riesgo frío y cristalino en lluvia 
    y con el girasol que ya se lava 
    entre el búho y la virgen. 
    No hay espacio ni tiempo: el sacramento 
    de la materia. 
    ¿Y qué voy a saber yo si a lo mejor mañana 
    es nuevo día? 
    Cuánta presencia que es renacimiento, 
    y es renuncia, y es ancla 
    del piadoso naufragio 
    de mi ilusión de libertad, mi vuelo… 
    Adivinanza, casi pensamiento 
    junto al hondo rocío 
    del polvo de la luz, del misterio que alumbra 
    este aire seguro, 
    esta salud de la madera nueva 
    y llega germinando 
    hasta el néctar sin prisa, bien tallado 
    en la jara quemada. 
    Es la gracia, es la gracia, la visión, 
    el color del oráculo del sueño, 
    la nerviación de la hoja del laurel, 
    la locura de la contemplación 
    y cuántas veces maldición, niñez, 
    sonando en cada ala con sorpresa. 
    ¡El manantial temprano y el lucero 
    de la mañana! 
    Y el placer, la lujuria, el ruin amparo 
    de la desilusión, el roce 
    de mis alas pesadas, tan acariciadoras, 
    casi entreabiertas cuando 
    ya no hay huida ni aún conocimiento 
    antes de que ahora llegue 
    el arrebol interminable… ¡Día 
    que nunca será mío y que está entrando 
    en mi subida hacia la oscuridad! 
    ¿Viviré el movimiento, las imágenes 
    nunca en reposo 
    de esta mañana sin otoño siempre?

    Claudio Rodríguez nació en 1934 en Zamora y en 1951 se trasladó a Madrid, en cuya Universidad Complutense se licenció en Filología Románica. Se dio a conocer con Don de la ebriedad, un libro deslumbrante que en 1953 ganó el Premio Adonais. De 1958 data Conjuros, su segundo libro de poemas. Fue lector de español en Inglaterra durante ocho años, primero en la Universidad de Nottingham y luego en la de Cambridge. Allí escribió Alianza y condena (1965), Premio de la Crítica de aquel año. De vuelta en España, se dedicó a la docencia universitaria, y hasta 1976 no publicó su cuarto poemario, El vuelo de la celebración. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1983 e ingresó en la Real Academia Española en 1987. Merecedor del Premio Príncipe de Asturias y del Premio Reina Sofía, falleció en Madrid en 1999. Su último libro, Casi una leyenda, apareció en 1991.