Sin leyes, de Claudio Rodríguez | Poema

    Poema en español
    Sin leyes

    Ya cantan los gallos, amor mío. Vete: cata que amanece. 
    Anónimo 

     
    En esta cama donde el sueño es llanto, 
    no de reposo, sino de jornada, 
    nos ha llegado la alta noche. ¿El cuerpo 
    es la pregunta o la respuesta a tanta 
    dicha insegura? Tos pequeña y seca, 
    pulso que viene fresco ya y apaga 
    la vieja ceremonia de la carne 
    mientras no quedan gestos ni palabras 
    para volver a interpretar la escena 
    como noveles. Te amo. Es la hora mala 
    de la cruel cortesía. Tan presente 
    te tengo siempre que mi cuerpo acaba 
    en tu cuerpo moreno por el que una 
    una vez mas me pierdo, por el que mañana 
    me perderé. Como una guerra sin 
    héroes, como una paz sin alianzas, 
    ha pasado la noche. Y yo te amo. 
    Busco despojos, busco una medalla 
    rota, un trofeo vivo de este tiempo 
    que nos quieren robar. Estás cansada 
    y yo te amo. Es la hora. ¿Nuestra carne 
    será la recompensa, la metralla 
    que justifique tanta lucha pura 
    sin vencedores ni vencidos? Calla, 
    que yo te amo. Es la hora. Entra y un trémulo 
    albor. Nunca la luz fue tan temprana. 



       II 


    ( Sigue marzo ) 

    Para Clara Miranda 
     
    Todo es nuevo quizá para nosotros. 
    El sol claro-luciente, el sol de puesta, 
    muere; el que sale es más brillante y alto 
    cada vez, es distinto, es otra nueva 
    forma de luz, de creación sentida. 
    Así cada mañana es la primera. 
    Para que la vivamos tú y yo solos, 
    nada es igual ni se repite. Aquella 
    curva, de almendros florecidos suave, 
    ¿tenía flor ayer? El ave aquella, 
    ¿no vuela acaso en más abiertos círculos? 
    Después de haber nevado el cielo encuentra 
    resplandores que antes eran nubes. 
    Todo es nuevo quizá. Si no lo fuera, 
    Si en medio de esta hora las imágenes 
    cobraran vida en otras, y con ellas 
    los recuerdos de un día ya pasado 
    volvieran ocultando el de hoy, volvieran 
    aclarándolo, sí, pero ocultando 
    su claridad naciente, ¿qué sorpresa 
    le daría a mi ser, qué devaneo, 
    qué nueva luz o qué labores nuevas? 
    Agua de río, agua de mar; estrella 
    fija o errante, estrella en el reposo 
    nocturno. Qué verdad, qué limpia escena 
    la del amor, que nunca ve en las cosas 
    la triste realidad de su apariencia. 

    Claudio Rodríguez nació en 1934 en Zamora y en 1951 se trasladó a Madrid, en cuya Universidad Complutense se licenció en Filología Románica. Se dio a conocer con Don de la ebriedad, un libro deslumbrante que en 1953 ganó el Premio Adonais. De 1958 data Conjuros, su segundo libro de poemas. Fue lector de español en Inglaterra durante ocho años, primero en la Universidad de Nottingham y luego en la de Cambridge. Allí escribió Alianza y condena (1965), Premio de la Crítica de aquel año. De vuelta en España, se dedicó a la docencia universitaria, y hasta 1976 no publicó su cuarto poemario, El vuelo de la celebración. Recibió el Premio Nacional de Poesía en 1983 e ingresó en la Real Academia Española en 1987. Merecedor del Premio Príncipe de Asturias y del Premio Reina Sofía, falleció en Madrid en 1999. Su último libro, Casi una leyenda, apareció en 1991.