Cuándo hablaré de ti sin voz de hombre para no acabar nunca, como el río no acaba de contar su pena y tiene dichas ya más palabras que yo mismo.
Cuándo estaré bien fuera o bien en lo hondo de lo que alrededor es un camino limitándome, igual que el soto al ave.
Pero, ¿seré capaz de repetirlo, capaz de amar dos veces como ahora? Este rayo de sol, que es un sonido en el órgano, vibra con la música de noviembre y refleja sus distintos modos de hacer caer las hojas vivas.
Porque no sólo el viento las cae, sino también su gran tarea, sus vislumbres de un otoño esencial. Si encuentra un sitio rastrillado, la nueva siembra crece lejos de antiguos brotes removidos; pero siempre le sube alguna fuerza, alguna sed de aquellos, algún limpio cabeceo que vuelve a dividirse y a dar olor al aire en mil sentidos.
Cuándo hablaré de ti sin voz de hombre. Cuándo. Mi boca sólo llega al signo, sólo interpreta muy confusamente.
Y es que hay duras verdades de un continuo crecer, hay esperanzas que no logran sobrepasar el tiempo y convertirlo en seca fuente de llanura, como hay terrenos que no filtran el limo.
('La hilandera de espaldas', del cuadro de Velázquez)
Tanta serenidad es ya dolor. Junto a la luz del aire la camisa ya es música, y está recién lavada, aclarada, bien ceñida al escorzo risueño y torneado de la espalda,
Dejad que el viento me traspase el cuerpo y lo ilumine. Viento sur, salino, muy soleado y muy recién lavado de intimidad y redención, y de impaciencia. Entra, entra en mi lumbre, ábreme ese camino nunca sabido: el de la claridad.
¿Y para qué tanta resurrección? Caminos que mueran en nosotros. Nunca hollados caminos. Pronto verás al hombre sangrando en cualquier sitio, en la tarde aventada de dolor y de trigos. Frente al pasado, frente a lo ya conocido.