I
¿Y esta es tu bienvenida,
marzo, para salir de casa alegres:
con viento húmedo y frío de meseta?
Siempre ahora, en la puerta,
y, aún a pesar nuestro, vuelve, vuelve
este destino de niñez, que estalla
por todas partes: en la calle, en esta
voraz respiración del día, en la honda
sencillez del primer humo sabroso,
en la mirada, en cada laboreo
del hombre.
Siempre así, de vencida,
sólo por miedo a tal castigo, a tal
combate, ahora hacemos
confuso vocerío por ciudades,
por fábricas, por barrios
de vecindad. Más tras la ropa un tiemblo
nos tañe, y al salir por tantas calles
sin piedad y sin bulla,
rompe claras escenas
de amanecida y tantos
sucios ladrillos sin salud se cuecen
de intimidad de lecho y guiso. Entonces,
nada hay que nos aleje
de nuestro alto oficio de inocencia;
entonces, ya en faena,
cruzamos esta plaza, como si en junio fuera,
se abre nuestro pulmón trémulo de alba
y, como a mediodía,
ricos son nuestros ojos
de oscuro señorío.
II
Muchos hombres pasaron junto a nosotros, pero
no eran de nuestro pueblo.
Arrinconadas vidas dejan por estos barrios,
ellos, que eran el barrio sin murallas.
Miraron, y no vieron; y sus casas,
aunque tuvieran llave,
habitaron apenas. Culpa ha sido
de todos el que oyeran
sólo el inmenso pulso
de la injusticia, la sangrienta marcha
del casco frío del rencor. La puesta
del sol, fue sólo puesta
del corazón. ¿ Qué hacen ahí las palmas
de esos balcones sin el blanco lazo
de nuestra honda orfandad? ¿Qué este mercado
por donde paso ahora,
los cuarteles, las fábricas, las nubes,
la vida, el aire, todo,
sin la borrasca de nuestra niñez
que alza ola para siempre?
Siembre al salir pensamos
en la distancia, nunca
en la compañía. Y cualquier sitio es bueno
para hacer amistades.
Aunque hoy es peligroso:mucho polvo
entre los pliegues de la propaganda
hay. Cuanto antes
lleguemos al trabajo, mejor.
Mala bienvenida la tuya, marzo. Y nuestras calles,
claras como si dieran a los campos,
¿adónde dan ahora? ¿Por qué todo es infancia?
Y ya la luz se amasa,
poco a poco enrojece; el viento templa
y en sus cosechas vibra
un gramo de alianza, un cabeceo
de los inmensos pastos del futuro.
III
Una verdad se ha dicho sin herida,
sin el negocio sucio
de las lágrimas,
con la misma ternura con que se da la nieve:
ved que todo es infancia.
La fidelidad de la tierra,
la presencia del cielo insoportable
que se nos cuela aquí, hasta en la cazalla
mañanera, los días
que amanecen con trinos y anochecen
con gárgaras, el ruido
del autobús que por fin llega, nuestras
palabras que ahora,
al saludar, quisieran
ser panales, y son
telas de araña, nuestra
violencia hereditaria,
la droga del recuerdo, la alta estafa del tiempo,
la dignidad del hombre
que hay que abrazar y hay
que ofrecer y hay
que salvar aquí mismo,
en medio de esta lluvia fría de marzo.
Ved que todo es infancia:
la verdad que es silencio para siempre.
Años de compra y venta,
hombres llenos de precios,
los pregones sin voz, las turbias bodas,
nos trajeron el miedo a la gran aventura
de nuestra raza: a la niñez. Ah, quietos,
quietos bajo ese hierro
que nos marca, y nos sana, y nos da amo.
Amo que es servidumbre, bridas que nos hermanan.
IV
Y nos lo quitarán todo
menos estas
botas de siete leguas.
Aquí, aquí, bien calzadas
en nuestros sosos pies de paso corto.
Aquí, aquí, estos zapatos
diarios, los de la ventana
del seis de enero.
Y nos lo quitarán todo
menos el traje sucio
de comunión, éste, el de siempre, el puesto.
Lo de entonces fue sueño. Fue una edad. Lo de ahora
es realidad. Esta es la única hacienda, ahora del hombre.
Y cuando estamos
llegando, y ya la lluvia
zozobra en nubes rápidas y se hunde
por estos arrabales
trémula de estertores luminosos,
bajamos la cabeza
y damos gracias sin saber qué es ello,
qué es lo que pasa, quién a sus maneras
nos hace, qué herrería,
qué inmortal fundición es esta. Y nadie,
nada hay que nos aleje
de nuestro oficio de felicidad
sin distancia ni tiempo.
Es el momento ahora
en el que, quién lo diría, alto, ciego, renace
el sol primaveral de la inocencia,
ya sin ocaso sobre nuestra tierra.