La derrota da pruebas de que estamos vivos, de Concha García | Poema

    Poema en español
    La derrota da pruebas de que estamos vivos

    Recuerdo dos horas seguidas. 
    Luego un abatimiento. Se filtraba 
    la luz, pero anochecía. Yo era otra. 
    ¿Dónde estará aquella ropa? 
    Era la misma que soy ahora. 
    Menos cosas que recordar 
    menos vida, o más vida, o poca 
    vida. O ninguna vida por delante 
    ni hacia atrás. Mi vida. ¿Qué es mi vida? 
    Estaba sentada en otra silla: lo recuerdo, 
    estructura de madera recubierta de lona. 
    Sobre una mesa con el cristal resquebrajado 
    escribí un poema, ¿o era el mismo 
    poema? Un ansia de recordar 
    lo invade todo y decido escribir 
    cinco o seis poemas más. Me llevan 
    a raros lugares donde estuve. No sufro. 
    Sufría. ¿Mejor o peor? Abatimiento 
    porque recuerdo la misma soledad. 
    La misma soledad no me convierte en otra persona. 
    Será ése el hilo, mi fantasma, mi amor, 
    el que me eleva y me deshace, pero no 
    me perturba. Sería cuestión 
    de sentir distintas soledades. Varias soledades. 
    Que muchas soledades se agolpasen de pronto 
    para ir al supermercado, o sintiendo 
    deseos de ir al mar. Que todas las soledades 
    se dispersaran para confundir ésta: tan real. 
    Y al ser tantas, podría elegir matices, 
    colores, estelas: varios poemas para varios estados 
    y no escribiría el mismo poema 
    al repetir esta exhalación que sólo oyen 
    ciertas solitarias al chafar la colilla 
    con la punta del zapato. 



    1994 

    • Días en los que vivir parece una tabla 
      que apuntala una ciudad, y luego 
      querer tomar café. Qué clase de correcta 
      inarmonía duele al desechar los azucarillos. 
      Un mundo en los dedos y un mundo 
      más hondo y desgajado que no late 

    • Todo lo que dice bordea el asunto. 
      Habla de tierra rara, de un hotel, 
      de varios obstáculos. Una mirada 
      complaciente casi le abraza. Llega 
      de un remoto trazo de letra. A cualquiera 
      no le escriben. Tengo miedo 
      de abrir los regalos, los dejo a la sombra