Sillas, de Concha García | Poema

    Poema en español
    Sillas

    Días en los que vivir parece una tabla 
    que apuntala una ciudad, y luego 
    querer tomar café. Qué clase de correcta 
    inarmonía duele al desechar los azucarillos. 
    Un mundo en los dedos y un mundo 
    más hondo y desgajado que no late 
    en la mirada de nadie. Momentos así 
    son todo alrededor de tantas sillas. 
    Me gustaría emborracharme pero son las diez 
    y calculo que dentro de ocho horas 
    estaré perdida. Come algo. 
    No, porque no tengo apetito. Deseo fumar 
    y hacer malabarismos con el instante 
    éste. ¿Sabes que no eres adorable? 
    Busco echarme en el suelo y tener libertad 
    para mojarme. Son cosas que comienzan 
    cuando apuntalas el mundo un lunes. 
    Si se está realmente quieta 
    notas el humo del tabaco 
    en el espejo y te ves irreal 
    para poder pasar el brazo 
    por encima de una imagen 
    que apuntala cinco años de vida. 
    ¿Tienes grietas cuando sales a la calle? 
    Tres o cuatro. Y me empujas para no entrar 
    donde hasta las piedras sienten la lejanía. 
    Son bares en habitaciones, 
    pósters iluminados de artificiales ratos 
    que invitan a morirse de risa 
    ante una silla. La gente ofrece dicha 
    con la lengua pastosa, demanda roces 
    imperecederos apurando una copa, 
    son brechas de diminutas felicidades 
    enjuagadas en alcohol. Yo me río 
    porque me encuentro cobarde, 
    quiero aferrarme a algo, a una silla, 
    hacer una prueba de fuego sobre un taburete 
    dejándome llevar de la mirada 
    del personaje que pone los discos y me veo 
    extendida en una biblioteca irreal, 
    la sabiduría pide demasiado poco. 
    Es tan temprano. Te quiero acompañar 
    y derrumbar contigo el puente de la salvación 
    que nos lleva de esta casa a los vientos 
    y a las salidas de mar. 
    Tienes la voz de un gran amor 
    y una presencia de escondite 
    que enturbia planes, que sale de dudas 
    y entra en ciudades donde no hay un local 
    para abrazarte. Yo te veo en la 315 
    asomada hacia la calle para ver si llego. 
    Llega una bandeja con café sobre una silla 
    que apuntalo al borde de la cama. 
    Y después yo, que soy las aberturas, 
    el grifo goteando, el tic-tac, las voces 
    de la gente que chilla que se quiere morir 
    de una rabia hecha jirones. 



    1998 

    • Días en los que vivir parece una tabla 
      que apuntala una ciudad, y luego 
      querer tomar café. Qué clase de correcta 
      inarmonía duele al desechar los azucarillos. 
      Un mundo en los dedos y un mundo 
      más hondo y desgajado que no late 

    • Todo lo que dice bordea el asunto. 
      Habla de tierra rara, de un hotel, 
      de varios obstáculos. Una mirada 
      complaciente casi le abraza. Llega 
      de un remoto trazo de letra. A cualquiera 
      no le escriben. Tengo miedo 
      de abrir los regalos, los dejo a la sombra