En una tarde, como tantas tardes, y en un gran parque de ciudad lejana, para evadirse del rumor ajeno conmigo misma paseando estaba.
Era el frescor intenso, se veían sobre los verdes las señales de agua, agua primaveral que da a la tierra cierta sensualidad que nos exalta.
En un remanso del florido parque, junto a un banco de piedra verde y blanca, un gran rosal lucía en la penumbra —la tarde ese momento declinaba—. Me senté a reposar y ancho perfume sentí que en mis sentidos se adentraba. y se me vino al alma extraña angustia. El ala de un recuerdo aleteaba... ¡Ah, sí, ya. sé!... ¡Perfume de unas rosas!... ¡Otro país!... ¡El mío!... ¡Ya llegaba a comprender por qué!... ¡Era en sus brazos donde un perfume igual yo respiraba!
Se desprendió mi sangre para formar tu cuerpo. Se repartió mi alma para formar tu alma. Y fueron nueve lunas y fue toda una angustia de días sin reposo y noches desveladas.
Me gusta andar de noche las ciudades desiertas, cuando los propios pasos se oyen en el silencio. Sentirse andar, a solas, por entre lo dormido, es sentir que se pasa por entre un mundo inmenso.
No es aire lo que respiro, que es hielo que me está helando la sangre de mis sentidos. Tierra que piso se me abre. Cuanto miro se oscurece. Mis ojos se abren al llanto ya cuando el día amanece.