Donde una vez las aguas de tu rostro giraron impulsadas por mis hélices, sopla tu áspero fantasma, los muertos alzan la mirada; donde un día asomaron el pelo los tritones a través de tu hielo, el viento áspero navega por la sal, la raíz, las huevas de los peces.
Donde una vez tus verdes nudos hundieron su atadura en el cordón de la marea, allí camina ahora el vegetal destejedor, con tijeras filosas, empuñando el cuchillo para cortar los canales en su origen y derribar los frutos empapados.
Invisibles, tus mareas medidoras del tiempo irrumpen en las camas galantes de las algas; el alga del amor se vuelve mustia; allí en torno a tus piedras sombras de niños van, que desde su vacío lloran ante el mar colmado de delfines.
Secos como la tumba, tus coloreados párpados no serán aherrojados mientras la magia se deslice sabia sobre el cielo y la tierra; habrá corales en tus lechos, habrá serpientes en tus mareas, hasta que mueran todos nuestros juramentos del mar.
Dylan Thomas (Swansea, Gales, 1914 - Nueva York, 1953). Poeta galés en lengua inglesa. Durante un tiempo trabajó como periodista para el South Wales Evening Post y durante la Segunda Guerra Mundial, como guionista para la BBC. Escribió también guiones radiofónicos y cinematográficos. Se dio a conocer como poeta con Dieciocho poemas (1934). Defendió sus concepciones estéticas en Retrato del artista cachorro. Murió en Nueva York el 9 de noviembre de 1953, sus últimas palabras fueron: "He bebido 18 vasos de whisky, creo que es todo un récord".
La fuerza que por el verde tallo impulsa a la flor impulsa mis verdes años; la que marchita la raíz del árbol es la que me destruye. Y yo estoy mudo para decirle a la encorvada rosa que la misma fiebre invernal dobla mi juventud.
La losa decía a fecha de su muerte. Me detuve a la vista de sus dos apellidos. Una virgen casada reposaba. Se casó en este sitio invadido de lluvias que descubrí un buen día por azar, antes que en el regazo de mi madre oyera
Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo ya no encerraron el largo gusano de mi dedo ni maldijeron al mar enroscado en mi puño, la boca del tiempo sorbió como una esponja el ácido lechoso en cada gozne y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.
Antes que llamara y la carne me abriese, que mis líquidas manos golpearan en el vientre, yo, que era entonces informe como el agua que formaba el Jordán junto a mi casa era hermano de la hija de Mnetha y hermana del gusano que gestaba la vida.