Negativa a lamentar la muerte por fuego de una niña en Londres
Jamás hasta que la humanidad hacedora de la bestia, el pájaro y la flor, del procrear y toda la oscuridad humillante, diga con el silencio la última luz rompiente y la hora tranquila haya venido desde el mar brincando en su montura,
y yo deba penetrar de nuevo en el redondo Zion de la burbuja de agua y en la sinagoga de la espiga dejaré que la sombra de un sonido rece o sembraré mi simiente de sal en un mínimo valle de cilicio, por lamentar
la majestad y el arder de esta muerte de niña. No asesinaré la humanidad de su partida con una verdad grave ni blasfemaré por las estaciones del aliento con alguna tardía elegía de inocencia y juventud.
Honda, con los primeros muertos yace la hija de Londres ataviada por los amigos perdurables los granos sin edad, las venas oscuras de su madre, secreta junto al agua sin quejas del Támesis jinete. Tras la primera muerte ya no hay otra.
En mi oficio o mi arte sombrío ejercido en la noche silenciosa cuando sólo la luna se enfurece y los amantes yacen en el lecho con todas sus tristezas en los brazos, junto a la luz que canta yo trabajo no por ambición ni por el pan
La losa decía a fecha de su muerte. Me detuve a la vista de sus dos apellidos. Una virgen casada reposaba. Se casó en este sitio invadido de lluvias que descubrí un buen día por azar, antes que en el regazo de mi madre oyera
Cuando de pronto los cerrojos del crepúsculo ya no encerraron el largo gusano de mi dedo ni maldijeron al mar enroscado en mi puño, la boca del tiempo sorbió como una esponja el ácido lechoso en cada gozne y se tragó los líquidos del pecho hasta secarlo.
Antes que llamara y la carne me abriese, que mis líquidas manos golpearan en el vientre, yo, que era entonces informe como el agua que formaba el Jordán junto a mi casa era hermano de la hija de Mnetha y hermana del gusano que gestaba la vida.