Una mujer mordía una manzana. Volaba el tiempo sobre los tejados. La primavera con sus largas piernas, huía riendo como una muchacha. Bajo sus pies nacía el agua pura. Un sol, secreto sol, la maduraba con su fuego alumbrándola por dentro. En sus cabellos comenzaba el aire. Verde y rosa la tierra era en su mano. La primavera alzaba su bandera de irrefutable azul contra la muerte. Una mujer mordía una manzana. Subiendo, azul, una vehemente savia entreabría su mano y circulaban por su cuerpo los peces y las flores. Gimiendo desde lejos la buscaba -bajo el testuz de azahares coronado- el viento como un toro transparente. La llama blanca de un jazmín ardía. Y el mar, la mar del sur, la mar brillaba igual que el rostro de la enamorada. Una mujer mordía una manzana. Las estrellas de Homero la miraban. Volaba el tiempo sobre los tejados. Huía un tropel de bestias azuladas. Desde el principio, y por siempre jamás, una mujer mordía una manzana. Mi corazón sentía oscuramente que algo brillaba en esos dientes. Mi corazón que ha sido y será tierra.
Una mujer mordía una manzana. Volaba el tiempo sobre los tejados. La primavera con sus largas piernas, huía riendo como una muchacha. Bajo sus pies nacía el agua pura. Un sol, secreto sol, la maduraba
Ahora tengo sed y mi amante es el agua. Vengo de lo lejano, de unos ojos oscuros. Ahora soy del hondo reino de los dormidos; allí me reconozco, me encuentro con mi alma.