El pan, de Eladio Cabañero | Poema

    Poema en español
    El pan

    A Salvador Jiménez, con el ofrecimiento de mi amistad y mi poesía... 
     
    (Puesto sobre la mesa el pan premia y bendice. ) 

    Poned el pan sobre la mesa, 
    contened el aliento y quedaos mirándolo. 
    Para tocar el pan hay que apurar 
    nuestro poco de amor y de esperanza. 

    Mirad que el pan, entre el mantel, 
    más blanco que el mantel de hilo blanquísimo, 
    tiene, como señales de su hornada, 
    el último calor que no da el sol al trigo. 

    Mientras que nos invita, 
    mientras que da su premio conmoviendo 
    de dichosos temblores nuestras manos, 
    podemos merecer el pan de hoy. 

    Poned el pan sobre la mesa, 
    al lado de los vasos de agua sensitiva, 
    por donde el sol se posa mansamente 
    cribando luminosos los pequeños insectos 
    que encuentra en esa anchura que la da la ventana. 

    Ved que el pan es muy amigo de los niños y de los pájaros, 
    con sus blancas miguitas que se esparcen pequeñas, 
    en donde se atarean los pobres gorriones 
    y las palomas zurean y aletean 
    en la tranquilidad de las plazas y de las fuentes, 
    las mañanas limpias y soleadas, 
    cuando están los relojes diligentes, atentos, 
    porque las campanadas suenan muy dulcemente. 

    Ved que el pan es rugoso y recogido 
    y tiene los colores más humildes, 
    y puede compararse a todas las virtudes 
    y hasta a los cabellos blancos y piadosos de un anciano. 

    Poned el pan sobre la mesa, 
    junto al vaso de agua... 
    en esos momentos los que amamos pueden llegar, 
    pueden llegar empujando las puertas y quedarse maravillados, 
    porque el pan es el mejor recibimiento 
    cuando los que queremos llegan a nuestra casa. 

    Para pensar en la mujer que amamos, 
    estando a solas reencendiendo su recuerdo, 
    el pan purifica el sobresalto y el remordimiento, 
    y podemos pensar en nuestros hijos 
    y elegirles los mejores, los más bellos juguetes, 
    y el pedazo de pan con la sonrisa torpe 
    del padre que quiere besar y abrazar mucho a su hijo 
    y no sabe de qué modo tocarlo. 

    Ay, también, los mendigos 
    con las manos extendidas a nuestra caridad, 
    que es lo mejor de ellos y de nosotros. 
    Mujeres 
    que tienen muchos pobres hijos pobres, 
    que los ojos les brillan mucho y los pómulos les escuecen, 
    que los cabellos se les enredan de bajar y subir hijos 
    del suelo. 
    Y porque los criminales y los renegados 
    aman el pan y a sus madres, 
    y porque los suicidas nunca cruzan los trigos, 
    y porque casi nadie lo mira sin llorar 
    a la hora de tener que confesar las culpas. 

    Poned el pan sobre la mesa, 
    junto al vaso de agua; 
    ponedlo con solemne esmero sobre la mesa 
    por ese sitio donde el sol dora el mantel, hilo a hilo, 
    y decid a los vuestros que se sienten 
    a rezar el Padrenuestro 
    de la comida en paz.