No es de cobarde mi alma, no tiembla en la esfera tormentosa del mundo: Veo las glorias del cielo brillar y la fe brilla igual, armándome contra el miedo.
¡Oh Dios dentro de mi pecho, todopoderosa y omnipresente deidad! ¡La vida -que en mí descansa-, Como yo -en la vida eterna- tiene poder en ti!
Vanos son los mil credos que mueven los corazones del hombre: indeciblemente vanos; inútiles como malas hierbas marchitas, o como la ociosa banalidad en el centro de la eternidad,
para despertar la duda en uno sostenido tan rápido por tu infinito; tan seguramente anclado en la roca firme de la inmortalidad.
Con gran amor universal tu espíritu anima los años eternos, penetra y medita, cambia, sostiene, se disuelve, crea y se levanta.
Aunque la tierra y el hombre desaparezcan, y soles y universos dejen de existir, y solo Tú hayas quedado, cada existencia existiría en Ti.
No hay espacio para la muerte, ni átomo que sus fuerzas pueda animar: Tú, Tú eres el Ser y el Aliento, y lo que eres nunca podrá ser destruido.
Ven, camina conmigo, sólo tú has bendecido alma inmortal. Solíamos amar la noche invernal, Vagar por la nieve sin testigos. ¿Volveremos a esos viejos placeres? Las nubes oscuras se precipitan ensombreciendo las montañas igual que hace muchos años,
No es de cobarde mi alma, no tiembla en la esfera tormentosa del mundo: Veo las glorias del cielo brillar y la fe brilla igual, armándome contra el miedo.
¡Muerte! Que golpeó cuando más confiaba, en mi fe certera para ser otra vez golpeada; el insensible Tiempo ha marchitado la rama, arrancando la dulce raíz de Eternidad.
Cuando agotados de la extensa jornada, y del terrenal cambio del dolor por el dolor, perdida, dispuesta a la desesperación, tu cálida voz me convoca de nuevo; mi sincero amigo, nunca estoy sola si tu presencia y ese tono me acompañan.