Cementerio de Narila, de Enrique Morón | Poema

    Poema en español
    Cementerio de Narila

    Sur les maisons des morts mon ombre passe 
    Paul Valery 

     
    Subimos la ladera 
    ungidos por la calma del verano 
    de aquella tarde. Era 
    nuestra emoción paloma que en la mano 
    su corazón golpea 
    clamando libertad. Como una tea 

    se puso el sol sonoro 
    sobre las lontananzas doloridas 
    por efluvios de oro. 
    Y eran las amapolas como heridas 
    abiertas a la brisa 
    de breves labios o espiral sonrisa. 

    Subimos lentamente, 
    que la amistad no es nunca presurosa, 
    y estrecha la serpiente 
    del sendero buscaba, jubilosa, 
    un olmo sosegado 
    en donde platicar con más cuidado. 

    Unidos por afanes 
    tan elocuentes como la poesía. 
    ¡Oh locura! ¡Oh desmanes 
    que ignora el vulgo con su idolatría 
    al pérfido, ligero 
    resplandor de la fama o el dinero! 

    Silentes y gozosos. 
    Ensimismados de estival paisaje 
    libamos, generosos, 
    cárdenos vinos, que cual fino encaje 
    acariciaban labios 
    para fluir dialécticos y sabios. 

    ¡Cuánta naturaleza! 
    ¡Cuánto gozo se esconde y cuánta pena 
    bajo la cal aviesa, 
    o enmohecida penumbra de alacena! 
    Pueblo de los alcores; 
    espigas blondas y sangrantes flores. 

    Pueblo petrificado 
    en el alto silencio de las horas. 
    Indolente. Callado. 
    Expuesto al vértigo de las auroras. 
    ¡Cuánta sabiduría 
    hay en los ojos de fulgente umbría! 

    Hombres como la tierra, 
    nacidos desde el grito de la arcilla. 
    Dólmenes de la sierra, 
    de busto azul y apuesta maravilla. 
    Manos para la espiga, 
    para la piel, la piedra y la fatiga. 

    Allá por las alturas 
    Venus exhibe su blancor de gala 
    y Apolo, sin premuras, 
    en los rescoldos de la tarde exhala 
    un amor verdadero 
    hacia la estela del primer lucero. 

    Cumplido el asueto, 
    porque es virtud de la amistad templanza, 
    dejamos con discreto 
    afán las arduas calles, la esperanza 
    tras florecidas rejas: 
    cárcel de amor, remedo de las quejas. 

    De nuevo en el camino, 
    sierpe escondida que a la luz esquiva; 
    promesa de un destino 
    donde yace la duda. Fugitiva 
    es la emoción del viento. 
    Senderos de la muerte. Y el tormento. 

    Pasadas la cancela 
    y las primeras lápidas albinas, 
    donde la luz flagela 
    su tierna claridad por las esquinas 
    marmóreas, me asemejo 
    a este ciprés escueto, pulcro y viejo. 

    Cesaron los coloquios, 
    pues todo parecer es amargura. 
    Íntimos soliloquios 
    brotaban en la tarde pulcra y pura. 
    Pequeño cementerio. 
    Cumbre de soledad. Breve misterio 

    que a sí mismo se sueña 
    por los oscuros campos de la nada. 
    Austeridad roqueña. 
    Desolación. Vacío de alborada. 
    Memoria del olvido. 
    Ausencia de la luz y el sentido. 

    Lápidas inclementes 
    al llanto de los hombres. Altaneros 
    valles de mármol. Fuentes 
    que desbordan dolores o luceros. 
    Heridas del amor. 
    Roja, sobre la nieve, está la flor. 

    Cipreses centenarios. 
    Lechetreznas bravías. Jaramagos. 
    Cruces y relicarios. 
    Oscuros bronces de pasión. Halagos 
    en breves epitafios 
    altisonantes, trascendentes, zafios. 

    Aquí todo es quietud. 
    Nada altera el silencio. Piedra rasa. 
    El tiempo en su prietud, 
    o nueva dimensión por donde pasa 
    la imagen de las horas 
    fundidas al fulgor de las auroras. 

    ¡Qué serena fluidez! 
    ¡Qué dichosa amargura! Por la brisa 
    brinca la ingravidez 
    de los cuerpos ausentes, la sonrisa 
    de sutiles quimeras. 
    ¡Gestos marfiles y oquedades hueras! 

    Nacer o sucumbir 
    o naufragar. El hombre y el vacío 
    de su verdad. Fluir, 
    en agresivas aguas, por el río 
    que hacia la mar culmina. 
    Vivir, soñar, morir. Mi alma se obstina 

    en fijar el instante 
    con solidez de piedra, la memoria 
    con densidad brillante; 
    y en un segundo resumir la historia. 
    Del gesto su escultura 
    y del amor cenizas. Sepultura 

    que alberga unos huesos 
    gravedad o terneza, confundidos 
    con fresas o con besos 
    en la celebración de los sentidos. 
    El poder y el fracaso. 
    La miseria y el miedo. Y el ocaso. 

    La ambición y la ira. 
    La profunda soberbia. La osadía. 
    La virtud. La mentira. 
    La vanidad. La apuesta rebeldía. 
    Y la dúctil nevada 
    de una caricia en piel enamorada. 

    Todo yace en la sombra, 
    pues todo fue festín de los gusanos: 
    cuerpo gentil, alondra 
    de las verdes riberas. Bruscas manos. 
    Desvencijadas frentes. 
    Frágiles ríos. Sólidos torrentes 

    Hay cal en las paredes 
    que hieren a los ojos con destellos 
    bermejos. En sus redes 
    devoran las arañas a los bellos 
    insectos. Y la tarde 
    roja de nimbros o guadañas arde. 

    Arde la tarde y pasa 
    dejando cicatrices y mejillas 
    laceradas. ¡La casa 
    de los muertos! Avenas amarillas 
    en espigados haces. 
    Y el vuelo de los pájaros fugaces. 

    La hoguera de los montes 
    se va difuminando. Los levantes 
    se tornan horizontes 
    argentinos y en pálidos instantes 
    la noche ruiseñora 
    vuelve a plañir su canto y da su hora. 

    Sin pasos presurosos, 
    con el ceño fruncido por la pena 
    volvimos, cautelosos, 
    a la ronda estival, tras esta escena 
    de mármoles y cruces; 
    de esbeltos pinos y fulgentes luces. 

    De nuevo en la vereda, 
    con el desvelo de la blanca luna 
    estampada en la seda 
    del crespón de la noche de aceituna, 
    tornamos a la vida 
    y al olor de la sombra florecida. 

    Los astros surtidores. 
    Los grillos crepitantes y sus claves. 
    Los canes husmeadores. 
    Las alimañas y nocturnas aves. 
    Y los ocultos cauces 
    de los prados de pámpanos y sauces. 

    El pueblo parecía 
    un grito de luciérnagas. La brisa 
    acariciaba, hería. 
    ¡Cuánta emoción! ¡Enhiesta la sonrisa! 
    Y fueron generosas 
    las celindas, las dalias y las rosas.