Recoge un pescador su red tendida, y saca un pececillo. «Por tu vida, exclamó el inocente prisionero, dame la libertad: solo la quiero, mira que no te engaño, porque ahora soy ruin; dentro de un año sin duda lograrás el gran consuelo de pescarme más grande que mi abuelo. ¡Qué!, ¿te burlas?, ¿te ríes de mi llanto? Sólo por otro tanto a un hermanito mío un Señor Pescador lo tiró al río. - ¿Por otro tanto al río?, ¡qué manía!, replicó el pescador, ¿pues no sabía que el refrán castellano dice: más vale pájaro en la mano...? A sartén te condeno; que mi panza no se llena jamás con la esperanza.»
Un maldito gorrión así decía a una liebre, que una águila oprimía: «¡No eres tú tan ligera, que si el perro te sigue en la carrera, lo acarician y alaban como al cabo acerque sus narices a tu rabo? Pues empieza a correr, ¿qué te detiene?»
Un gallo muy maduro, de edad provecta, duros espolones, pacífico y seguro, sobre un árbol oía las razones de un zorro muy cortés y muy atento, más elocuente cuanto más hambriento.
Una noche ardorosa, después de haber cenado alguna cosa, la joven Isabela en su lecho acostada del todo despojada trataba de entregarse al dulce sueño. Mas una infame pulga la desvela picando con empeño ya el reducido pie, ya la rodilla,
A cierta moza un húsar, y no es cuento, porque le socorriera en sus apuros del carnal movimiento, le prometió ocho duros y después sólo cuatro la dio en paga. La moza, descontenta con esta trabacuenta, para que por justicia se le haga
Con varios ademanes horrorosos Los montes de parir dieron señales: Consintieron los hombres temerosos Ver nacer los abortos más fatales. Después que con bramidos espantosos Infundieron pavor a los mortales, Estos montes, que al mundo estremecieron,