Del tiempo largo, de Fina García Marruz | Poema

    Poema en español
    Del tiempo largo

    A veces, en raros 
    instantes, se abre, talud 
    real y enorme, el tiempo 
    transcurrido. Y no es entonces 
    breve el tiempo. Como el pájaro 
    al elevarse abarca con sus alas 
    un diminuto pueblo o costerío, 
    la inmensidad de lo vivido arrecia, 
    y se mira remoto el ayer próximo, 
    en que el pico ávido bajaba 
    en busca de alimento. ¡Qué eternidad 
    de soles ya vividos! ¡Y qué completa 
    ausencia de nostalgia! Para crecer 
    se vive. Para nacer de nuevo 
    y rehacer la mala copia original. 
    Para crecer, se sufre. No se quiere 
    volver atrás, ni tan siquiera al tiempo 
    rumoreante de la juventud. Que no para que el rostro 
    luzca lozano y terso se ha vivido. 
    No para atraer por siempre con el fuego 
    de la mirada, no con el alma en vilo, 
    por siempre se ha de estar. De cierto modo 
    la juventud es también como una cierta 
    decrepitud: un ser informe, 
    larva, debatíase, qué peligrosamente 
    amenazado. Se vivió. se salió, 
    quién sabe cómo, del hueco, 
    de la trampa: valió el otro 
    del bosque de la vida, el pleno encanto 
    de los claros del sol entre lo umbrío 
    para pagar su precio: lo tanto 
    costó poco; poco el sufrir inmenso 
    para esta dádiva: al rostro 
    orne la arruga como el pecho la cinta coloreada 
    de un guerrero 
    o como al niño la medalla premia 
    por la humilde labor. Como el avaro 
    el peso de un tesoro, encorva 
    la espalda anciana el peso 
    del vivir. Mas ya, arriba, 
    a la salida, ya, se mira 
    hacia atrás sonriendo, renacido, 
    como agrietada cáscara el polluelo, 
    ya se van desligando las amarras, 
    del extraño navío, y como novio trémulo 
    locamente lo incierto hace señales. 

    costó dolor, muerte costó, la vida. 
    Y al tiempo, breve o largo, siempre corto, 
    como el relámpago del amor, se le mira 
    ya sin recelo ni amargura 
    como a las heridas de la mano, en el arduo 
    aprender de su oficio, 
    contempla el aprendiz. 

    Bella es toda partida.