Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.
Cinco espigas hornadas al verano, agitadas al viento y flotando, quedando y migrando al sur de los delicados años en boga destreza de estados.
Es tú, tacto tan similar y adverso, tan certero y contrario. Sólo tú, los lados anversos de esta piel de cambiantes abstractos.
Es esa mano alzada dibujando a futuros en este teatro de recorridos palmados. Siamesa suavidad de esfera que no aflige y adora los pasos hacia lo ajeno y cercano.
No estamos ofrenda ni premio. Son las manos, éstas, tan así, las solas saben cómo cercarnos.
Creo que la amo. No hay nada parecido a la seguridad en el amor. Hay alas, hay vuelo, pero el imperio de la gravedad sigue a merced de la experiencia. Los errores pesan. Hasta que llega una luz, con su mirada nítida y me imagina.
A los hechos me remito ante la duda bajo llave cabe esperar con el rabo entre las piernas contra lo establecido de perdidos al río desde que nací en el brillo de tus ojos entre pasado y futuro hacia tu rostro hasta chocarme
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.