Aún no se conoce la forma de la vida,
si todo proviene de un continente
que no es hongo, animal o planta;
cómo era la primera procariota
que guardó el alma dentro de su cuerpo,
éranse unas condiciones extremas,
éranse unos átomos semilla,
éranse reacciones químicas,
la vida, transformación en la supervivencia.
quién fue la primera eucariota
en enredar su secreto para esconderlo
érase una soledad extrema,
érase una proporción expuesta bajo llave
érase la simbiosis anterior al mestizaje,
la vida, evolución en la persistencia.
¿A dónde van los dioses y las diosas sin nombre?
Las sociedades son árboles
de un bosque planetario.
Nacen las fronteras y el territorio
allá donde hay un pueblo,
una rama de historia y olvido.
Es una hoja una persona,
alternas y opuestas en cada pecíolo,
hojas de tronco o de copa,
yemas para ser flor o tallo díscolo.
Las palabras de los libros
son las necesidades hechas viento,
son las curiosidades hechas vino,
son las heridas hechas cieno.
La humanidad es un árbol
quemando el bosque.
Búscame ahora que tenemos en común
esta dulce sensación calórica
del sol en la piel los días de invierno.
Ahora que nuestras palabras no son tan ajenas,
ni tan nuestras siquiera.
No me gusta esa casa.
Hace un tiempo dejó de existir,
sin embargo sigue ahí delante.
Esta noche estoy solo.
Trayectoria intransitiva
sumergido absurdo,
espejo roto blando húmedo.
Esta noche estoy.
Formulario ex profeso.
Residuo quedo
de la constancia.
Creo que la amo. No hay nada parecido a la seguridad en el amor. Hay alas, hay vuelo, pero el imperio de la gravedad sigue a merced de la experiencia. Los errores pesan. Hasta que llega una luz, con su mirada nítida y me imagina.
A los hechos me remito
ante la duda
bajo llave
cabe esperar
con el rabo entre las piernas
contra lo establecido
de perdidos al río
desde que nací
en el brillo de tus ojos
entre pasado y futuro
hacia tu rostro
hasta chocarme
Todo ha sucedido más rápido
de lo esperado.
La bala atravesó su cabeza
antes incluso
de que la gota de sudor
o lágrima, no se sabe,
impactara
contra el suelo.
Antes incluso
que el barro.
“Disculpe señor ministro
pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo,
hasta el mismísimo presidente
callaba a favor. “Lo es”,
empezó a decir, “ministro
esperanzador. Es usted
sin duda un gran cabrón,
si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo,
bien alto y bien claro.
Decirlo bien, nada de susurros
de altavoz descabezado.
Como tú sabes. Ya saben
de lo que eres capaz
cuando te escondes.