“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Aplaudían vigorosamente desde la platea los encocados diputados de uno y otro bando; al tiempo los medios ensalzaban las palabras del mismísimo, las vergüenzas del ministro.
“Y esperamos que siga siéndolo por muchos años”, concluyó.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.