No me gusta esa casa.
Hace un tiempo dejó de existir,
sin embargo sigue ahí delante.
Alguien ha tapado con pintura fresca
las escamas despegadas por el sol
y rellenado los huecos del viento
en la madera crujiente. El tejado
pesa más cada más mordiscos
traen los días a la desaparición.
Mucho antes me gustaba.
Pulsar el timbre y correr perseguido
de esa extraña satisfacción. Conocerte.
Jugar a jugar y no pensar sino en
verte.
Vernos más tarde.
Ahora la odio casi tanto, ojalá existiese.
Hace un tiempo que no existe la casa
ni nuestro mundo. Existe la memoria
que devuelve pasos entre gigantes,
caricias y antes rubores con remite.
La edad nos crece y fuimos
poco más que juguetes
aprendiendo a repararse.
El amor se va
sin despedirse.
Y si lo hace, indebidamente.
Queda su rastro para siempre
acartonado en el jardín:
“Se vende”.
Uno empieza antes de esperar
que de sí surjan los motivos,
las guías, los objetivos a financiar.
Uno jugando a ser uno mismo
aprende los turnos, las cifras del azar
no exento del éxito de la probabilidad.
Quizás, quizás, quizás...
las alas blancas
sólo eran blancas con sol de cara,
ni siquiera alas de esperanza.
La negra sombra de un águila.
Hasta mi nombre,
todos votan al invento
de la propaganda,
un desfalco a la carta.
Ni los sabios son inmunes a la ignorancia
ebria en dirección contraria.
Si no te quise mañana,
por qué iba a quererte hoy, así,
como te querré en épocas pasadas.
Los planetas no se alinean
con las salamandras,
hojas secas se visten de guerras
bajo esta suela descalza.
Esta noche estoy solo.
Trayectoria intransitiva
sumergido absurdo,
espejo roto blando húmedo.
Esta noche estoy.
Formulario ex profeso.
Residuo quedo
de la constancia.
Creo que la amo. No hay nada parecido a la seguridad en el amor. Hay alas, hay vuelo, pero el imperio de la gravedad sigue a merced de la experiencia. Los errores pesan. Hasta que llega una luz, con su mirada nítida y me imagina.
A los hechos me remito
ante la duda
bajo llave
cabe esperar
con el rabo entre las piernas
contra lo establecido
de perdidos al río
desde que nací
en el brillo de tus ojos
entre pasado y futuro
hacia tu rostro
hasta chocarme
“Disculpe señor ministro
pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo,
hasta el mismísimo presidente
callaba a favor. “Lo es”,
empezó a decir, “ministro
esperanzador. Es usted
sin duda un gran cabrón,
si no el mejor”.