Los hay que no pueden dejar de fumar, los hay alcohólicos y cada siete días, los hay adictos a la coca, a la heroína, a la próxima forma de evadir o alucinar.
Los hay que apuestan su vida a un impar, los hay que toman pastillas para no soñar, los hay que no pueden dejar de comprar señuelos de diseño sin necesidad.
Los hay que no saben hacer el amor sin pagar, los hay que invierten en videntes su inseguridad, los hay adictos a engordar y adelgazar; un bisturí hace las veces de selector natural.
También, mundanamente, los hay que no les alcanza para un mendrugo de pan.
“Disculpe señor ministro pero es usted un cabrón”.
La sala parecía estar de acuerdo, hasta el mismísimo presidente callaba a favor. “Lo es”, empezó a decir, “ministro esperanzador. Es usted sin duda un gran cabrón, si no el mejor”.
Ahora tienes que decirlo, bien alto y bien claro. Decirlo bien, nada de susurros de altavoz descabezado. Como tú sabes. Ya saben de lo que eres capaz cuando te escondes.
Al acertar es imposible escoger lo heredado, señalar el amor que nos viene encontrado. Cuántos dedos son, sin haberlos tocado, meses que el mar deshizo en naufragios.