Ya le he dicho al pequeño jardinero que deje tranquilos los rosales. Él nada. Erre que erre.
Dice mi coach que le lea cuentos por la noche. Mal consejo. Para eso le pago. Le pago mal y tarde, para que no se confíe.
El color del kiwi me dan ganas de cagar. Reír provoca ligeras pérdidas de memoria. El muy cabrón dice que me quiere. Así da gusto. Todavía quedan píldoras bajo la alfombra. Así da gusto.
Me están diseñando una capa atmosférica. No me convence el ambiente familiar. La corbata no combina bien con el ajuar.
Quiere que le compre una mascota. Le pido que se conforme con el canguro. Un pez, quizás.
Le he dicho que de eso nada. No pienso cuidar de Nemo. Ya tenemos un tiburón en la bañera.
Una vez quise ser bibliotecario para matar moscas en el trabajo, regañar a algún huérfano de libro, traslucir sinopsis de una máscara, adivinar la signatura pendiente.
Era mucho más fácil Lo más fácil era soltarlo todo y echar a volar, sin avisos, sin maletas, sin sombrero, sin alas, sin hambre de carnicero. Era marcharse a cualquier otro lugar inevitablemente dentro de este sitio.