Ya le he dicho al pequeño jardinero que deje tranquilos los rosales. Él nada. Erre que erre.
Dice mi coach que le lea cuentos por la noche. Mal consejo. Para eso le pago. Le pago mal y tarde, para que no se confíe.
El color del kiwi me dan ganas de cagar. Reír provoca ligeras pérdidas de memoria. El muy cabrón dice que me quiere. Así da gusto. Todavía quedan píldoras bajo la alfombra. Así da gusto.
Me están diseñando una capa atmosférica. No me convence el ambiente familiar. La corbata no combina bien con el ajuar.
Quiere que le compre una mascota. Le pido que se conforme con el canguro. Un pez, quizás.
Le he dicho que de eso nada. No pienso cuidar de Nemo. Ya tenemos un tiburón en la bañera.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.
Desde que no está he desarrollado la facilidad espontánea para llorar. La memoria tiene la cola muy larga, ahora la vida es más y más estrecha. De repente, me nublo por dentro para no encharcarme de culpa. Agacho la vista hacia los azulejos