Una ciudad habitada por tantos sujetos abiertos, a veces, omitidos a un párrafo.
La casa es una casa si se usa como casa. Si no, es un edificio, un desahucio, una estafa al arquitecto, al vendedor de cemento, al que coloca los ladrillos. Un museo sin importancia.
Yo no es el espejo de yo mismo. Tú siempre serás distancia. Él, irremediablemente ajeno. Nosotros, el refugio. Vosotros, vecindad del enemigo. Ellos, mafia inagotable.
La frontera son alambres de miedo filtrando el acento de quien no es mesurable por los números de su atuendo.
Yo: soy un hermano del término. Innecesario se dice. Se define a un extremo del significado. Yo como metáfora del margen.
Amor: centro de mi vocabulario, Sol de mi sistema sintáctico, ortografía de mis labios.
Contigo, poeta es más sinónimo, yo significo espejo.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.
Desde que no está he desarrollado la facilidad espontánea para llorar. La memoria tiene la cola muy larga, ahora la vida es más y más estrecha. De repente, me nublo por dentro para no encharcarme de culpa. Agacho la vista hacia los azulejos