Una vez quise ser bibliotecario para matar moscas en el trabajo, regañar a algún huérfano de libro, traslucir sinopsis de una máscara, adivinar la signatura pendiente.
Detrás de la primera edición, raras veces, se encuentra una pluma brillante. En adelante son marcas registradas por las editoriales. Lo más parecido es alquilar el vientre. A la gente le gustan las marcas, a lo sumo, las cicatrices. Al lector, amar, velar los muertos que nunca mueren y sin embargo existen.
No quiero ser escritor. Prefiero escribir. La marca de la fama es el lastre de la observación y no es país para honestos.
Alguien me dijo que dolía; como el hambre o la malaria. Que te mata poco a poco a pesar del siglo. Al principio no hay síntomas. A los pocos días, te deja con la cabeza vacía como una canción en blanco y negro; te duelen las noticias, la verdad es un estigma y no confundes la versión con los hechos. Entonces te ríes, te burlas de tu propia ignorancia, de los estandartes, y ya es tarde, alucinas: vives en una celda y te crees libre y actúas a pesar, con la cabeza llena de blancos inviernos de horas caducifolias, y ya es tarde... de amor a lomos, migrando de pájaros alados.
Creo que la amo. No hay nada parecido a la seguridad en el amor. Hay alas, hay vuelo, pero el imperio de la gravedad sigue a merced de la experiencia. Los errores pesan. Hasta que llega una luz, con su mirada nítida y me imagina.
A los hechos me remito ante la duda bajo llave cabe esperar con el rabo entre las piernas contra lo establecido de perdidos al río desde que nací en el brillo de tus ojos entre pasado y futuro hacia tu rostro hasta chocarme