Ayer queda tan lejos como su sombra, como cualquier sombra pasada de luz intocable.
Este miedo constante mantiene alerta la carne, de puntillas la inocencia tras la mirilla del horizonte. Ahora es tarde.
Amor. Son los ríos cuando llegan al mar como afluentes subterráneos.
El aire nos despega los años del cuerpo, ancla los pasos al fondo, hace de velcro los terráqueos inviernos cuando cualquier suave brisa no es suficiente.
Los perfiles del viento mecen las hojas al tacto de su sombra y las eleva las conserva intactas las sombras eternas, del limonero ausente.
No puedo decir que la amé. Sería mentir. La amé, eso es cierto, pero no fui yo. Fue un extraño ser, una cándida y pueril imagen de mi rostro imberbe, de mis ojos dulces y sonrisa complaciente. Tal vez ese extraño la amase.
Desde que no está he desarrollado la facilidad espontánea para llorar. La memoria tiene la cola muy larga, ahora la vida es más y más estrecha. De repente, me nublo por dentro para no encharcarme de culpa. Agacho la vista hacia los azulejos