Me imagino tu mundo por dentro como un amplio coro de incomprensibles voces de terciopelo, flotando entre una selva de árboles humanos, tras un dolor desnudo venido de muy lejos.
Me imagino tu mundo -terrible, solitario- como un paraje en donde crezcan rosas de tinieblas y en donde impetuoso un viento crudo y agrio muerde un viejo silencio de corazón de piedra.
Me imagino tu mundo como si en él la noche hubiera florecido sus pétalos de sombras para quebrar el alba dorada que persiste en despertar el canto de todas las alondras.
Después acaso un solo sonido sin palabras, una másica muerta, un resplandor de estrellas ahogadas sobre el agua de un río silencioso que marcha lentamente camino de la muerte.
Una rosa, una dalia, algo absurdo que finge la traslúcida cara de un ser cuya sonrisa nieva lumbre de luna. Y en medio de este mundo atormentado y solo, como una torre adulta: tu voz petrificada.
Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Me imagino tu mundo por dentro como un amplio coro de incomprensibles voces de terciopelo, flotando entre una selva de árboles humanos, tras un dolor desnudo venido de muy lejos.
Las palabras son anclas clavadas en el suelo, pájaros mutilados que tienen un viajero corazón de nube; pero así como el nardo tiene llena por dentro su vida de una oculta claridad madrugada, así las demás cosas