Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Yo entonces ignoraba que también las canciones, como las hojas muertas caían de los árboles; no sabia que la luna se enredaba en las ramas náufragas que sueñan bajo el cristal del agua, ni que comían los peces pedacitos de estrellas en el silencio de las noches claras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales que eran todas posibles en la tierra del viento, en donde la leyenda no es una hierba mala crecida en sus riberas, sino un árbol de voces con las cuales dialogan las sombras y las piedras.
Yo entonces ignoraba muchas cosas iguales cuando aún no era mía esta canción que estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; pero ahora ya sé de las formas distintas que preceden al ojo de la carne que mira, y hasta puedo decir por qué caen de rodillas, en las ojeras largas que circundan la noche, las diluidas sombras de los pájaros.
Esta canción estaba tirada por el suelo, como una hoja muerta, sin palabras; la hallaron unos hombres que luego me la dieron porque tuvieron miedo de aprender a cantarla.
Me imagino tu mundo por dentro como un amplio coro de incomprensibles voces de terciopelo, flotando entre una selva de árboles humanos, tras un dolor desnudo venido de muy lejos.
Las palabras son anclas clavadas en el suelo, pájaros mutilados que tienen un viajero corazón de nube; pero así como el nardo tiene llena por dentro su vida de una oculta claridad madrugada, así las demás cosas